Angel Suárez 2024

Mirando a las apabardas

29/12/2019
 Actualizado a 29/12/2019
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Estuve en la manifestación de 1984. Me llevaron mis padres. Entonces tenía 11 años y, en mi inocencia, me fui para casa convencido de que aquella enorme movilización no podía quedar desatendida. Años después José María Suárez me acogió como pasante en su despacho, y pude escuchar de su propia boca cómo se produjeron aquellos plenos en nuestro Ayuntamiento y en nuestra Diputación en los que ambas instituciones, gracias al voto favorable del PSOE, cerraron la integración de León en la autonomía.

Él acudió de luto, con traje y corbata negros, dio una rueda de prensa en la que manifestó que era «un día negro para León», y peleó hasta el final llevando por sí mismo el recurso ante el Tribunal Constitucional. También me contó la intrahistoria del chantaje de Carrillo y la felonía de Martín Villa.

Pero claro, José María y su hermano Fernando eran o habían sido franquistas, como franquista era aquella división entre Castilla la Vieja y la provincia de León, Zamora y Salamanca en la que yo nací. Lo progresista era Castilla y León, la autonomía que se formó gracias al voto favorable del PSOE en aquellos plenos.

Sí, León fue indudablemente despreciado en la configuración del Estado de las Autonomías, y la comunidad autónoma de Castilla y León, como las de Santander y La Rioja, son un absurdo histórico-político indefendible. Es evidente que aquel debate se cerró en falso y que, por ello, el asunto volvería a estar sobre la mesa tarde o temprano.

Lo que sucede es que pasados los años ya sabemos en qué consiste el autonomismo, y muchos de los que entonces lo reclamábamos para León somos hoy feroces detractores del Estado de las Autonomías.

El PSOE, siempre con el interés del partido por delante de cualquier otra consideración, sabe ahora que lo que formó entonces fue un extenso feudo del PP que se muere por romper. Los políticos leoneses de hoy, los de menos categoría intelectual y profesional de la historia, salivan al pensar que pueden pillar tajada en el nuevo estado feudal, en lo que disfrutarían con su propio Parlamentín, con sus propios ministrines, con sus listas y su presupuesto, con su pequeña varonía regional.

León no necesita otro Parlamentito, sino diecisiete menos, no necesita una miríada de políticos y funcionarios a mayores colgados de la ubre del presupuesto, sino muchos menos de los que tenemos en todo el territorio nacional. No necesita un montón de oportunistas tratando de vivir del cuento del sociolingüismo con el que jorobarían a nuestros hijos en las escuelas y a los demás en nuestras relaciones con las Administraciones.

El debate, además, es inoportuno. España vive una crisis Estado de tal calibre que un golpista secesionista condenado a trece años de prisión tiene en sus manos la formación de Gobierno. Se negocia la impunidad del secesionismo, el referéndum «consultivo» y lo que nos quedará por ver. Algún día nuestros hijos y nuestros nietos nos preguntarán qué hacíamos hablando de ecologismo, de feminismo y de la autonomía leonesa mientras nos robaban la soberanía nacional delante de nuestros propios ojos. Muchos se verán entonces en un serio aprieto.
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