19/02/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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Esta semana estuve viendo en Netflix un documental largamente esperado: Minimalism (Minimalismo), que trata de las cosas importantes, como reza el subtítulo. Me convenció. El documental sigue la gira de Joshua Fields y Ryan Nicodemus por varias ciudades de Estados Unidos donde promocionan su último libro –‘Everything That Remains’– y, entre medias, van contando experiencias personales de quienes ya se han atrevido con este estilo de vida.

Parten de la idea de que las cosas que poseemos no nos dan la felicidad, el sentido de nuestra vida y por eso, podemos preguntarnos: «¿Qué sentido tiene este objeto para mí?» De tal manera que cada posesión que tengamos tenga una finalidad.

Quizás influenciado por Stephen Covey, mi asesor emocional, me conmueve el argumento del control: no depende de ti cuánto ganas, pero sí cómo gastas. Y, en seguida, apreciamos las consecuencias del minimalismo en la moda con el Proyecto 333: llevar 33 prendas durante tres meses, todo un reto. Y se profundiza en las virtudes de la meditación para vivir el presente, para ser conscientes.

Aunque no se relaciona con el movimiento ‘slow’ (lento), en mi cabeza sí que noto similitudes, pues de lo que se trata, en el fondo, es de prestar atención real a lo realmente a lo importante, a lo que nos aporta felicidad.

Pero lo que de verdad a mí me lleva a plantearme en serio vivir el minimalismo es la sugerencia que estos chicos hacen: «Ama a la gente y usa las cosas, porque lo contrario no funciona». Y es verdad. Tantos años de asesor financiero te hacen cuestionar las prioridades que tanta gente tiene en relación con el dinero.

Pienso que, además, corremos el riesgo de vivir cosificados, más pendientes de lo que tenemos y queremos poseer y del flujo de información que nos llega, que de las personas que nos rodean. Como dice Byung-Chul Han en una entrevista que leo en ‘El Mundo’ sobre su último libro Buen entretenimiento, que tiene muy buena pinta: «Nuestra percepción asume una forma serial. Se apresura de una información a la siguiente, de una sensación a la siguiente, sin llegar nunca a un final. Se produce un consumo sin fin».

Por eso, como aprendiz de minimalista que soy, me propongo ahora empezar por lo más básico: que todo lo que use tenga un sentido en mi vida. Empezaré por la ropa, después por la información y concluiré con las ideas. Un reseteo, a ver qué pasa. Ya os contaré cómo me va.
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