22/12/2019
 Actualizado a 22/12/2019
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Escribo estas líneas a las cuatro de la mañana en la sala de espera del aeropuerto de Bruselas tras llevar varias horas sentada, pasando apuntes y esperando a que salga mi vuelo hacia España. En una pantalla cercana hay un anuncio que lleva sonando en bucle toda la noche, tengo a un señor detrás roncando como si se le fuera la vida en ello y al de delante le está sangrando la nariz por llevar un buen rato hurgándosela. Por si fuera poco, no tengo cambio de un billete de cinco y las máquinas de comida solo aceptan calderilla, así que solo he comido un pequeño bollo que me he comprado con dos euros que casualmente me he encontrado por el monedero hace ya casi cuatro horas. Les prometo que, por poco que les haya tocado esta mañana con la lotería, ya han tenido más suerte que yo durante esta larga espera.

Pero sé que cuando llegue a España me estarán esperando mi madre y mi abuela en el aeropuerto y no puedo sentirme más agradecida. Tanto que hasta me dan ganas de ver con ellas el sorteo y mira que no me agrada mucho lo de escuchar, durante varias horas seguidas, varias voces agudas diciendo que el premio es «miiiiil euuuuroooos». O dos mil. O tres mil. No lo sé, pero ojalá fuera en calderilla y pudiera cogerme otro bollo de la máquina mientras termino estas líneas, para qué engañarnos.

A decir verdad, qué bien vendrían esos mil euros si con ellos se pudiera hacer frente a todos los gastos y vivir dignamente, claro está. Durante esta semana se ha hecho viral una noticia sobre el dinero que deberían destinar los jóvenes si quieren alquilar un piso ellos solos. La cifra no es, ni más ni menos (ojalá fuera menos, mucho menos) que el 94% de su sueldo. Y eso es solo para el alquiler, que se supone que con el 6% restante de esos maravillosos y altísimos sueldos que cobramos los jóvenes, y que tanto se corresponden con nuestra formación o el número de horas trabajadas, tendríamos que pagar agua, luz, gas, internet, hacer la compra, etc. Y hay quien todavía pretende normalizar que, a este paso, no vayamos ni a poder comprarnos un triste bollo de máquina.
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