19/11/2020
 Actualizado a 19/11/2020
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Si es cierto lo de que la lotería siempre toca donde ha habido desgracias, el ‘Gordo’ de esta Navidad va a ser el más repartido de la historia. Y es que la pandemia ha dejado un pellizquito en casi todos los hogares. En uno, la hija se ha ido al paro. Papá a la UCI, en otro. Quizá la tía no puede abrir su bar o tal vez a un hermano le mandaron al Erte. En cuántas casas la abuela ya no irá a cenar esta Nochebuena... ni la que un año mejor traerá.

Y es que la verdadera lotería, descrita por Borges en un cuento de ‘Ficciones’, es la interpolación de suertes adversas entre otras favorables. Vamos, que también toca para mal. Día tras día, el Covid gira su bombo de ‘premios mayores’ para repartir una decena de esquelas en León y trescientas y pico en España. Estadísticas a las que jamás nos debimos acostumbrar, cifras que se quedan en fríos números mientras no pongamos un rostro amortajado tras ellas.

La experiencia es eso que enseña que la desgracia, como la dicha, se presenta un día cualquiera. Simplemente toca. Sin que hagamos nada; imaginad comprando décimos o series enteras. Cuidarse, a uno y al resto, es el mejor amuleto hasta que la ciencia nos vacune de supersticiones.

Pero los sorteos diarios de este bicho también nos dejan un montón de pedreas, desdichas económicas para las que casi nadie está inmunizado. Cada hora, decenas de trabajadores son despedidos y cientos de negocios son abocados al cierre. La ruina retumba en lo cotidiano, como el soniquete del ‘¡miiiiil euros!’ en una mañana del 22 de diciembre. ‘Premios menores’ de la pandemia, pero de los que depende el pan de muchas bocas.

Sin embargo, que nadie se engañe, el hambre no es fruto de una sola crisis ni de un único Gobierno. El mercado laboral se fue prostituyendo de forma progresiva, al tiempo que lo de ‘mileurista’ pasaba de insulto a aspiración. Los jóvenes llevamos tantos años anidando en la incertidumbre que olvidamos aquella España en la que trabajar era más derecho que privilegio. Por eso, hartos de todo y soñando con nada, buena parte de la generación a la que pertenezco solo espera que llegue el día en que, aunque precaria, la lotería les sonría y que un Sánchez, un Mañueco, un Amancio Ortega, un niño de San Ildefonso o quien sea les cante ese empleo que tantas veces se les ha negado. Aunque sea de los de ‘miiiiil euros’.
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