Miguel Suárez 'El Ruinas' se fue de un mundo que no le gustaba

Miguel Suárez, al que sus amigos llamaban cariñosamente ‘El Ruinas’, un excelente poeta, un tipo tan libre como inconformista hasta declarar una y otra vez que no le gustaba este mundo, falleció esta semana a los 71 años en su casa familiar en La Valcueva, a la que había regresado, donde se había recluido, después de vivir en León y Valladolid, después de importantes reconocimientos literario

Fulgencio Fernández
02/10/2022
 Actualizado a 03/10/2022
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La noticiasorprendió y no, a la vez. No sorprendió pues se sabía de sus achaques, sí sorprendió pues se había retirado, se había recluido más bien, en la tierra donde ya había pasado su infancia y poco se sabía de él; del poeta Miguel Suárez, cariñosamente El Ruinas, tanto que los suyos en la esquela escribieron aquello que lo identificaba: Miguel Suárez ‘El Ruinas’ y un poema de San Juan de la Cruz que dice mucho: «En esta viva fuente que deseo. / En este pan de vida ya lo veo. / Aunque es de noche».

Miguel Suárez, pese a su lejanía desde hace años, deja importantes legados: Una obra incuestionable que leer; y la respuesta a preguntas difíciles: ¿Qué es un tipo libre?, ¿qué es un tipo inconformista?, ¿qué es un autor de culto?

Las tres preguntas tienen la misma respuesta: Miguel Suárez, El Ruinas, cuyo adiós es el final de su paso por un mundo que tantas veces dijo que no le gustaba. Incluso, en su inconformismo, no se gustaba a sí mismo. Un viejo poema suyo, de los años 80, ya dejaba pistas: «Me pinto para ir al banquete de los pordioseros donde los pobres diablos / se presentan cada vez más pobres. //Es una forma de no querer estar./ Es una forma de no querer estar. / Me miro y no me gusto». La escribía en ‘De entrada’ (en 1986).

Su amigo Luis Marigómez contaba en El Norte de Castilla cómo Miguel Suárez se había alejado de toda presencia pública hasta el punto de que hace poco más de una década, cuando apareció su poesía reunida en un volumen —La voz del cuidado— quien no apareció fue precisamente su autor, Miguel Suárez, que, apostilla Marigómez: «No quiso estar allí. Decidió hace mucho retirarse de un mundo que no le gustaba».

Y se retiró a La Valcueva, a la que fue cuenca minera de Matallana de Torío en la que también había crecido cuando llegó procedente de su lugar oficial de nacimiento (Vera de Bidasoa, 1951) pues siempre figuró como poeta leonés y como tal aparece en tantos lugares.

Habría otra pregunta con la misma respuesta, Miguel Suárez. La de ¿qué es un activista?, algo que tantas veces se utiliza y no se sabe muy bien qué o quién es. Él lo fue. Hasta en sus biografías oficiales se intuye al leer párrafos como «Creó la artesanal Ediciones Portuguesas y fue miembro fundador de las revistas Un ángel más y El signo del gorrión, dirigió la colección Icaria-Poesía». Seguramente la que más trascendencia y presencia tuvo fue El signo del gorrión, nombre que se repite mucho en las escasas reseñas de su fallecimiento.

Suárez repartió su vida entre León y Valladolid. El la capital leonesa entabló amistad y compartió proyectos con gente como Ildefonso Rodríguez y su grupo, en la capital castellana el enlace fue Tomás Salvador, los compañeros de viaje y aventuras literarias muchos, de Antonio Gamoneda a Martín Garzo, gentes del Barrio de Maravillas, o a Fernando Urdiales, que con su Teatro Corsario hizo de un poema —Diciéndolo de nuevo— una obra de teatro.

Por cierto, en 1988 recibió el importante Premio Hiperión. Él no le dio excesiva importancia, el título premiado quizás sí la tenga: ‘La perseverancia del desaparecido’.
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