18/06/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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El cronista tiene miedo. Es un miedo humillante. No al daño físico, sino a que lo tilden de enemigo, sin serlo. El cronista vive en Cataluña, pero es leonés. Lleva media vida en Cataluña, pero no es catalanoparlante. Puede morir en Cataluña, pero no le gustaría que le enterraran allí. Conoce toda la poesía y y admira buena parte de la gran literatura, historia, geografía, etc., catalanas, pero no le resulta fácil encontrar, entre los nacionalistas catalanes, con quien compartir su admiración. Son temas que no les interesan. Pero tan solo alguna vez, y utilizando la ironía, se queja de ello.

El cronista no sabía que tenía miedo, un miedo humillante. Al menos no sabía que ese era el adjetivo exacto para calificar sus temores latentes, temores que se van acrecentando últimamente a raíz de los acontecimientos. Pero, de pronto, se le ocurre darse el capricho del último libro del Nobel sudafricano J.M. Goetzee, uno de sus autores vivos fetiches: ‘Siete cuentos morales’ y en el primero de ellos, titulado ‘El perro’ encuentra la exégesis de ese miedo. Una enfermera se ve obligada, al ir y al volver del trabajo, a pasar en bicicleta por delante de la verja de una casa detrás de la cual hay un perro, cuya fiereza, ladridos y jadeos, se desata al pasar ella.

Un día decide llamar a la puerta y pedir a los dueños del perro que se lo presenten, a ver si, conociéndola, se apacigua, se establece la empatía entre ambos, y deja de odiarla tan desaforadamente. Pero los dueños, dos ancianos decrépitos, la echan sin miramientos. Lo que le induce a intentar el acercamiento es que no puede soportar sentir tanto miedo; le resulta humillante. Pero no cuenta con que también existe la satisfacción de ser temidos. Y eso es precisamente lo que sienten los ancianos decrépitos. «El perro se lanza de nuevo contra la verja. Algún día –piensa– la verja va a ceder, y te voy a hacer pedazos».

Como toda fábula moral, el relato parece hecho para diseccionar algún problema de la mente, y en concreto para desvelarle a este cronista su situación con respecto al ambiente creado por el separatismo. Y, a este respecto, podríamos ocuparnos de la raza y calidad del perro, de su adiestramiento, y de otras varias peculiaridades. Pero eso ya lo hace a la perfección nuestro querido leonés Santiago Trancón, que ha dedicado tiempo y esfuerzos a averiguarlo convenientemente, y del cual el cronista se fía totalmente. Al cronista tan solo le queda cumplir sus 77 años lo más dignamente posible y tirar de la ironía para seguir viviendo.
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