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Mi viaje interior

12/12/2015
 Actualizado a 12/09/2019
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Días prenavideños aptos ellos para iniciar un viaje interior. Un trayecto que ayude a resolver como se ha comportado el año. Reflexiones varias que sirvan para hacer balance de todo cuanto ha acontecido en este 2015, de nuevo maldito, que ya se nos va.

En ciertas ocasiones, no sé a ustedes, ese viaje comienza sin uno saberlo, ni quererlo. Comienza en el bajo vientre y discurre por tortuosos senderos la mayoría ingratos. ¿Qué ha pasado estos doce meses en sus vidas? ¿Han conseguido todo aquello que tenían en mente? ¿Quiero a las personas que tengo que querer? ¿Aguanto a quién tengo que aguantar? O quizás sigo tragando con imbéciles y amargando a la gente que me quiere. Es el sino del paisano de a pie. Meditas sobre tu vida social y familiar, sobre tu trabajo, sobre tus propias penas y alegrías, el sentido de que se hayan producido, en qué momento y por qué.

Y así pasaban las horas de este viaje que comenzaba, en mi caso, el último día del mes de noviembre. A medida que transcurrían esos primeros momentos el dolor espiritual de mi más negro que blanco año se volvía un poco más físico. Las reflexiones abstractas y muchas veces etéreas tomaban forma y color. Mi viaje interior empezaba a confundirme seriamente. ¿Qué puede ser tan raro para que unas dilucidaciones se conviertan en algo tangible?

Hubo un punto entonces que entendí lo que pasaba. Todos esos pensamientos y reflexiones tan negativas del calendario, donde entraban sinsabores, oportunidades perdidas, insultos dichos, y alguno no dicho, penas y tristezas de 12 meses para olvidar en muchos aspectos, estaban haciéndose una bola. Sí, sí. Como lo leen. Una bola dura, vamos, una maldita piedra en mi riñón que me está jodiendo la vida.

Ese viaje interior, coño, es una litiasis que ha comenzado en mi riñón, que se ha dirigido por mi uréter derecho durante estos días (esperemos que en dirección a la vejiga) y que aún me mantiene en nuestro querido Complejo Asistencial de León, ese centro donde son pioneros en operaciones para cáncer de recto, increíble noticia por cierto, pero que no son capaces de reventarte una piedra de cinco milímetros que duele como si el mismísimo Belcebú estuviera retorciéndote las tripas mientras Pablo Iglesias te dice «tranquilo señor Sutil, estese tranquilo».

A eso llegaron mis reflexiones del año. A convertirse en un inmerecido pedrolo que me está dando las del pulpo. Lo cojonudo, una vez el equipo de urólogos se pone a ello, es que te electrocuten 2.500 veces con la litotricia y a la salida te diga el radiólogo, todo pancho: «creo que te la he partido». ¿Creo? Pero qué es esto. ¿La ruleta de la fortuna?

Y aquí estoy, mirando para mi compañero de habitación, Juan José, gran tipo de Trobajo del Camino con una piedra mayor que la mía, que está giñándose en la enfermera desagradable de la planta tres de urología, antes de sacar su mermelada de albaricoque casera para ponernos finos, un buen motivo este último, el de la confitura digo, para ir terminando aquí.

Moraleja: las reflexiones demasiado negativas solo producen piedras en el riñón, así que piensen en el lado bueno de las cosas. Que si ha sido malo este año, aún podría haber sido peor. ¡Así que alégrense pardiez!

PD: En unos días quizá niegue la autoría de este artículo y eche la culpa al estado semiinconsciente y muy placentero que me produce el Enantyum en vena, y una de las enfermeras del turno de noche.
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