"Mi teoría del coronavirus no es especulativa"

Antonio Martínez Llamas regresa a la figura del monarca español Felipe II con un ensayo que se presenta este jueves en el salón de actos del Ayuntamiento de León y que pone el acento en las enfermedades del rey que condicionaron en ocasiones sus decisiones políticas

Joaquín Revuelta
16/03/2023
 Actualizado a 16/03/2023
El escritor y médico Antonio Martínez Llamas con su publicación.
El escritor y médico Antonio Martínez Llamas con su publicación.
El escritor y médico leonés Antonio Martínez Llamas regresa a la figura del rey Felipe II con el ensayo ‘Felipe II. El enigma del hombre enfermo’ (Eolas Ediciones). Tras su puesta de largo del pasado 23 de febrero en un marco tan apropiado como el Palacio Real de Valladolid –no hay que olvidar que el monarca nació en esta ciudad–, este jueves se presenta, a partir de las 19:30 horas en el salón de actos del Ayuntamiento de León, en un acto en el que el autor estará acompañado por el poeta y escritor Emilio Blanco Rodríguez y por el editor Héctor Escobar.

‘Felipe II. El enigma del hombre enfermo’ se beneficia de una bella portada que reproduce parcialmente el célebre retrato del monarca español pintado por Tizziano. «Ahí tenía 24 años y se iba a casar con María Tudor», señala Martínez Llamas, que no es la primera vez que aborda la figura del monarca, pues ya lo hizo en ‘Felipe II, el hombre’ (Lobo Sapiens) y en la novela histórica sobre Isabel de Valois, quien fuera la tercera esposa del rey. El porqué de este regreso se debe, en palabras del autor, al hecho de que la historiografía sobre Felipe II se centra sobre todo en la parte política y algo en la parte social. «Geoffey Parker, que es el gran pope de Felipe II, dedica en su biografía de 1.500 páginas una línea al estado de salud del monarca», declara quien fuera médico antes que novelista de éxito. Uno de los aspectos que el autor reseña en el libro es el hecho de que la medicina apenas había experimentado avances en el siglo XVI. «Se practicaba la misma medicina de Galeno, de Hipócrates y de toda esta gente. Solo se avanzó un poquito en algo ‘quirúrgico’, que es una forma muy eufemística de hablar. Igual hacían alguna intervención por la uretra para atajar los cálculos –imagínate a ciegas, allí no había ecógrafos, no había nada–, pero se trata de la misma medicina, los mismos principios, proyectos humorales de la sangre, las flemas, la bilis amarilla, la bilis negra...».

Preguntado si la enfermedad siempre estuvo presente en la vida del monarca español, Martínez Llamas señala que Felipe II vivió 71 años, que para la época era una edad muy interesante. «Él fundamentalmente tuvo la paradigmática gota. Empieza a los 36 años con crisis repetidas muy severas. En aquel momento se desconocía el ácido úrico y, lo que es peor, se aconsejaba comer mucha carne para dar más fuerza, cuando todos sabemos que el metabolismo de las purinas favorece más el ácido úrico. Pero además hay que tener en cuenta que él era genéticamente predispuesto; era un cuadro que, en ese aspecto, al rey lo machacó mucho, un hombre que estuvo muy tocado. Esas crisis gotosas lo mantenían fastidiado, sin olvidar la artrosis de rodilla, y muchas de esas decisiones políticas que tomó estaban influenciadas por su estado de salud. Yo he tenido la oportunidad de hablar con Geoffrey Parker en los cursos que dan en El Escorial. Y me di cuenta de que yo sabía algo del rey hablando con gente de ese nivel. Él asumió muchas cosas que yo le dije, entre otras cómo el rey declaró la guerra a Inglaterra con la Armada Invencible, aventura que se saldó con un sonoro fracaso. En aquel momento con 60 años probablemente el rey ya estaba incubando una artereoesclerosis, hombre lento en decidir, caprichoso, pusilánime... », destaca Martínez Llamas, para quien su última publicación también pretende ser un libro de desmentidos. «Desmentimos la frecuencia del diagnóstico de epilepsias, que en aquel momento se conocían por alferecía. Todos los cuadros convulsivos los consideraban epilépticos. Cuando se dice que Carlos V era epiléptico es un error lastimoso. Sencillamente ocurrió que su madre, Juana de Castilla, reinante, tuvo un parto muy rápido, lo que se llama un periodo expulsivo rapidísimo, y en ese momento la circulación cerebral del feto se queda alterada y convulsiona un poquito. Se desmiente también algo que no sé por qué se ha transmitido por los historiadores, que Felipe II tenía paludismo crónico porque en España había mucho paludismo. Bueno, esto es una suposición, puesto que desconocían el germen. Siempre digo que es muy importante en estos temas contextualizar la época», argumenta.

‘Mataba pronto y pasaba presto’


Entre desmentido y desmentido, el escritor y médico leonés se atreve sin embargo a señalar que Felipe II pudo ser víctima de un coronavirus cuando en 1580 cayó gravemente enfermo camino de Portugal en compañía de la familia real, un episodio que se describe en el capítulo 10, el más importante y que da origen al libro. «No es especulación. Hay que leer los documentos de la época que dicen: ‘Un gran mal que derribaba a muchos y que no era pestilencia’. La lectura de los cuadros clínicos demuestra que era un cuadro vírico. Y el final de los fallecidos era: ‘gran congoja y fluxión de pecho’. Eso se llama neumonía bilateral. Cuando surgió el Covid-19 a mí se me abrió como una ventana epidemiológica. En el texto del libro anterior, que Geoffrey Parker lo incluye en sus estudios, hablaba yo de gripe aviar, pero no muy convencido porque la gripe aviar es muy localizada y aquel momento la dispersión geográfica prevenía de los contagios. Lo que sí sabemos es que no era una gripe epidémica de lo que conocemos. Primero, frontera con Portugal, una media de 40º y agosto. Segundo, un escrito de Luis Cabrera de Córdoba dice que ‘mataba pronto y pasaba presto’. El rey enferma tan gravemente que ya se forma un gobierno paralelo presidido por su cuarta esposa Ana de Austria y el heredero al trono Diego Félix. El rey logra salvarse, pero van muriendo decenas de criados, casi todos sus colaboradores políticos más cercanos y centenares de soldados. La reina fallece dos meses después, por lo que no la contagió el rey sino alguna dama de compañía o algún criado. Una pérdida que el monarca acusó tanto como la de su tercera esposa Isabel de Valois. Mi teoría, que no es descabellada ni especulativa, es que si hubo una gripe aviar o similar ese virus mutó y lanzó todo esto. Hablamos de una enfermedad vírica, gravísima, con muchos contagios y muchas muertes. Eso descarta la gripe normal, que ellos llamaban catarro porque el término gripe no se conoce como tal hasta 1800», sostiene el médico y escritor.

Un aspecto que también se refleja en el libro y que Martínez Llamas tratará de explicar en la presentación en León es cómo se desarrollaba una consulta médica en palacio, que si resultaba distante en el caso del rey todavía lo era más con relación a la reina y a las infantas. «En el caso de la reina y las infantas se hacía desde fuera de la cámara. Las damas de compañía son las que le cuentan al médico lo que pasa. Por eso la zona genital de la reina solo la conocía su marido y alguna dama de compañía. Porque incluso en el parto solo la veían las comadres», señala el autor.

Sobre las causas de la muerte de Felipe II a la edad de 71 años, Martínez Llamas cree que pudo deberse a una diabetes tipo 2. Otra opción es una hipertensión arterial bastante severa, «porque la gota le había producido lesiones renales», fundamentalmente de eso, unido a una insuficiencia cardiaca porque tenía edemas periféricos. «Y luego hay un cuadro también interesante que es el famoso flemón del último mes en el muslo derecho». Cuenta Martínez Llamas que el cirujano del rey, Juan de Vergara, apodado ‘manos de ángel’, le hacía un drenaje dolorosísimo extrayendo hasta dos escudillas diarias de podre (pus). Ese flemón, en su opinión, podía obedecer a diferentes causas, bien a una tuberculosis ósea, a un osteosarcoma, al sarcoma de Ewing o a una osteomielitis, barajando incluso el autor una quinta opción en forma de metástasis de algún tipo de cáncer.

Martínez Llamas señala que intervenciones apenas se hacían. «Solo en algún caso se entraba por vía uretral e intentar romper a ciegas un cálculo, suponiendo que lo hubiera, porque confundían el cálculo con la próstata grande. Y luego hay un cuadro interesante que es la operación de cataratas. Por ejemplo el padre de Fernando el Católico fue operado de ambas cataratas completamente ciego porque esperaban a que hubiera ya la nubecilla, que fuera blanca y no viera nada. Con una lanceta empujaban el cristalino para dentro del ojo. La barrera desaparecía y quedaba ahí flotando. Pero claro, de cada cinco intervenciones se producían cuatro infecciones severas».
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