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Mi mono Amedio y yo

20/10/2022
 Actualizado a 20/10/2022
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Soy la persona más enmadrada que existe. No me juzguen, cualquiera que hubiera crecido con Camino en casa también lo sería. El caso es que, como casi todos los traumas, esta ‘mamitis’ incurable tiene su origen en la infancia: horas y horas de televisión viendo ‘Marco’ que despertaron el temor a que mi madre también hiciese las Américas y yo, obviamente, tuviese que ir detrás en su busca.

Escribo esto a cuento de que acabo de leer que esta semana ha fallecido el creador de dibujos animados como ‘D’Artacán y los tres mosqueperros’, ‘David, el Gnomo’ o ‘Willy Fog’. Series que marcaron la infancia de las generaciones criadas en los ochenta y noventa y que, como ‘Marco’, despertaron algún que otro trauma pero, sobre todo, decenas de valores imprescindibles con su ejemplo cercano: la lealtad del uno para todos y todos para uno, el ecologismo de quien es siete veces más fuerte que tú o la tenacidad de completar en 80 días una vuelta al mundo.

A todos nos sale de vez en cuando la vena refunfuñona y soltamos frases del tipo: «Si es que ya no hacen dibujos como los de antes…». No obstante, parece evidente que el actual acceso multipantalla a contenidos infantiles sí que dificulta ese sentimiento generacional que se moldeó a través de emblemáticas sintonías como la de Óliver y Benji, los coloretes de Heidi o los puños de Mazinger Z. De ese acaparar el mando a las dos en punto para poner ‘Los Simpson’.

Como en cualquier ámbito en el que entra en juego la nostalgia, las fronteras entre generaciones son difusas respecto a sus dibujos animados: uno puede ser joven para ‘Gárgolas’ o ‘Chicho Terremoto’, pero pillarle mayor ‘Doraemon’ o ‘Marsupilami’. Entre iguales uno se entiende y, por eso y como ejemplo, los que nacimos a principios de los años noventa hacemos piña con ‘La pajarería de Transilvania’, ‘Las tres mellizas’, Los Fruittis’, ‘Rugrats’ o ‘La banda del patio’. Con Goku, la supernena Cactus, Ash Ketchum, el inspector Gadget, Carmen Sandiego y animales como Koki, Maya, Isidoro, Alfred J. Kwak o Donatello.

De alguna manera, con sus divertidas enseñanzas, ellos han ayudado a que nos convirtamos en lo que hoy somos. A que todos, más enmadrados o menos, con o sin el mono Amedio al hombro, seríamos capaces de ir de los Apeninos a los Andes solo por volver a abrazar a nuestra madre.
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