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México lindo y querido

07/04/2019
 Actualizado a 10/09/2019
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El quinientos aniversario de la llegada de Hernán Cortés a México ha sido utilizado por el presidente mejicano López Obrador para exigir a España, en carta dirigida a Felipe VI, pedir perdón por los agravios criminales cometidos por los españoles contra los nativos durante la conquista. La figura y el legado del hidalgo extremeño sale una vez más a la palestra como héroe o villano. Lo cierto es que al mando de escasos quinientos soldados, Cortés sometió con crueldad y sedujo a decenas de miles de indígenas de distintos pueblos que estaban en guerra, y con ayuda de parte de ellos conquistó un imperio y asoló una asombrosa capital acuática de más de cien mil habitantes. Con sus virtudes y sus defectos, Cortés supo comprender la situación de enfrentamiento entre los naturales, lo que hace de él un gran estratega que primero negocia antes de hacer la guerra. Ello explica que a los españoles no se les percibió como enemigos sino como posibles aliados para combatir a los mexica, principal enemigo y opresor del resto.

Sin embargo, la historia oficial de México se ha construido desde los mitos mexicos, y suele tratar como traidores a aquellos indígenas que se aliaron con los españoles. Mientras todo mexicano se siente descendiente del último emperador azteca, muy pocos aceptarían a Cortés en su árbol genealógico. A ello ha contribuido en gran medida el influjo de los muralistas proindigenistas mexicanos (Rivera, Orozco y Siqueiros), pintando a Cortés como un tirano lujurioso sediento de sangre, convirtiéndolo de esta guisa como el personaje más odiado. No obstante, en el terreno de los historiadores, pocos son los que le niegan a Cortés el papel de fundador de la patria. Y una personalidad de prestigio, como el Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz, hizo de Cortés el siguiente retrato encomiástico: «No es fácil amarlo, pero es imposible no admirarlo».

Si reparamos en lo que se dice en la ‘Historia verdadera de la conquista de la Nueva España’, de Bernal Díaz del Castillo, que acompañó a Cortés desde el primer momento en la conquista de México, se manifiestan claramente los principios que guiaban a los conquistadores, y Cortés no era una excepción. En primer lugar, estaba la finalidad religiosa en salvar almas que iban irremisiblemente al infierno. En el caso del de Medellín, es evidente su providencialismo, pues se muestra a sí mismo como un elegido por Dios para expandir la cristiandad por territorios ignotos. Son reiteradas sus alusiones a la ayuda divina, tratando de evidenciar el carácter sagrado de la empresa. Todo el proceso conquistador se justificaba por el designio divino que había recibido para llevar la luz del cristianismo a los pueblos paganos. En segundo lugar, se perseguía agregar y repoblar nuevos territorios para e engrandecimiento y el fortalecimiento de la corona. Y, aunque en menor medida, no hay que menospreciar lo que había de búsqueda de prestigio y fortuna personal: «A la guerra me lleva mi necesidad; si tuviera dinero no fuera en verdad».

Es de interés para los leoneses lo que se cuenta en el Capítulo XCIII del citado libro de Bernal Díaz del Castillo. Un soldado que se decía llamar Argüello, natural de León, tras ser herido, los aztecas le cortaron la cabeza «que era robusta y grande y tenía grandes barbas y crespas». Probablemente fue el primer leonés que dejó sus huesos en América.

Si lo de López Obrador no es de recibo, no olvidemos que otro presidente mexicano, Lázaro Cárdenas, recibió con los brazos abiertos a 20.000 exiliados españoles entre 1939 y 1942.
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