14/05/2020
 Actualizado a 14/05/2020
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La historia que estamos viviendo nos está cambiando. Hemos hecho cosas, durante los cincuenta días que estuvimos en arresto domiciliario, que habíamos olvidado. Muchos, por lo que cuentan, han vuelto a leer. Un amigo, que nunca dejó de hacerlo, me comentó el otro día que le costaba mucho trabajo acabar un libro, aunque el autor fuera uno de sus indispensables. Es lo que ocurre cuando tenemos demasiado tiempo libre; ya sabéis lo que decía el viejo refrán: «cuándo el diablo no tiene otra cosa que hacer, con el rabo espanta las moscas». Una de las cosas que más hacemos en el confinamiento es conectarnos a Internet y ver la tele. Estamos ávidos de información, hambrientos de saber lo que ocurre fuera de nuestras cuatro paredes. Lo malo es que, al acercarnos a los periódicos digitales (que son los que más consumimos), no lo hacemos para saber más de lo que ocurre, sino para reafirmarnos en lo que nosotros pensamos que ocurre. Así, un ‘progresista’ leerá ‘El País’, ‘Público’, ‘El Plural’ o ‘Esdiario’ y, al acabar, seguirá convencido de que el gobierno lo está petando, que no ha metido la pata nada de nada, y que toda la culpa del desastre que estamos viviendo la tienen los de derechas, con sus recortes y eso. Verá, además, la Sexta o la 1 y no le quedará más remedio que pedir, aunque sea interiormente, el premio Nobel de la Paz para Sánchez. Si, por el contrario, quién acude a buscar en la red es un ‘conservador’, leerá el ‘ABC’, ‘Ok diario’ o ‘Libertad Digital’ y sacará, en conclusión, que este gobierno es una plaga bíblica, un desatino y que sus miembros deberían estar ya en la cárcel. Será espectador de la cadena del ‘Toro’ o de la de los obispos, y se afianzará en sus opiniones y en su ideología. Un servidor ha tenido la paciencia de entrar en todos estos medios (y en alguno más) y creyó volverse loco. La mayoría de ellos no informan: adoctrinan. Y eso, cree uno, destruye su credibilidad. No es por tirar margaritas a los cerdos, ni por hacer la pelota, pero, de todos los medios que uno ha leído, el único que se mantiene fiel al espíritu informativo es, sin duda, este en el que uno junta las letras. Los periodistas y colaboradores de aquí (mis vecinos de páginas) expresan distintas opiniones. No hay, como en el resto, una uniformidad de criterios. Aquí cabe la opinión de todos; desde un señor partidario de la libre empresa a ultranza, a la de un ácrata, aunque sea de salón, según opinan muchos de mis amigos.

Pero lo más descojonante ha sido la pirula que ha montado el ‘Mermelada’ en su programa ‘Sálvame’. Debo confesar que uno nunca ha visto ‘Sálvame’. Me cae mal el tío que lo dirige, por lo que sólo puedo hablar de oídas. Un programa que habla de las ‘vísceras’ de los famosos, que los descuartiza sin ningún miramiento, que antepone los cuernos a cualquier otra cosa, tiene que ser un mal programa. Sin embargo, lo ven millones de personas. Es lo que da la educación que hemos recibido en este país. Somos, la mayoría de sus habitantes, analfabetos funcionales. Lo malo es que ha creado escuela y han copiado de él las tertulias deportivas y los debates políticos. Todos buscan lo mismo: el enfrentamiento. Aquí no hay posibilidad de ponerte de perfil: o eres de uno, o eres de otro, con lo que conlleva. Esta dinámica sólo trae odio.

Pues allí estaba el ‘Mermelada’, de árbitro en una discusión estúpida sobre la ruptura del confinamiento de un señor de derechas para follar con una señora que no era su pareja. ¡Hombre!, es cierto que lo rompió, pero el fin, cree uno, lo justifica casi todo. Realizar el ‘acto’ con una doña que, por lo visto, tenía un polvo del copón, hace comprensible su fechoría. Uno de sus contertulios, también facha, sacó a relucir la ruptura del dichoso confinamiento que hizo el Vicepresidente en repetidas ocasiones. El ‘Mermelada’, a punto de explotar, se puso a largar por esa boca tan divina que tiene y no dejó títere con cabeza. Al final, gritó la frase que va a quedar como una perla perfecta en los anales de la televisión: «Este es un programa de maricones y de rojos». Al día siguiente, personajes políticos de la talla de la alcaldesa de Barcelona o del portavoz de Podemos en el Congreso, le alabaron en las redes sociales. Poco les faltó para decir que el ‘Mermelada’ era el último defensor de las esencias de la democracia. ¡Hay que joderse!, ponderar a un tipo que lo único que hace bien es hurgar en las miserias de la gente famosa... No sé quién fue el que dijo que era el referente intelectual de la izquierda...

Uno nunca ha comprendido como es que los dueños de los medios, personas con mucho dinero, algunas de las fortunas más sólidas de España, permiten que en ellos se haga propaganda contra todo lo que ellos defienden. Debe de ser porque son masoquistas y no lo saben. O, si lo saben, les encanta que les den hostias hasta en el cielo de la boca. Es un enigma, como el de las pirámides...
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