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Mercedes Sosa en Fabero

24/11/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Prosigue un sol nada amable, cuarteador de la tierra sin piedad. La lluvia se resiste a caer con solvencia. Habrá que hacer rogativas a la Virgen, Dios y los santos un día sí y otro también a ver si cesa esta sequía hiriente ahora que el escritor, periodista, abogado y político nicaragüense Sergio Ramírez Mercado, vicepresidente de la República Sandinista de Nicaragua con Daniel Ortega como presidente, aunque ahora este habitante ilustre de Managua no se lleva demasiado bien con los postulados del Frente Sandinista según se aprecia en sus escritos, conferencias y blogs, ahora, digo ,en que el autor de Masatepe, Nicaragua, ha obtenido el relevante, goloso Premio Cervantes 2017, primera vez que éste alcanza a un escritor de América Central, pero en cualquier caso los escritores nicaragüenses no se pueden quejar, pues el asimismo muy reconocido Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana cinco años atrás ha sido para el también escritor y ministro de cultura sandinista Ernesto Cardenal, que ahí lo tengo atisbándome con dulzura en mi biblioteca con su corta melena y barba blanca más su boina inseparable, que quién sabe, a lo mejor aún llega a recibir tan cervantino premio cualquier año, aunque la edad no perdona y 92 años son 92 años. También ahoritita lo acaba de recibir en el Palacio Real de manos de la Reina Sofía la longeva Claribel Alegría.

Sin embargo, si bien celebro mayormente estos premios que medio otorgan o rozan la inmortalidad, el Cervantes y Sergio Ramírez no es el trigo que alimenta este comentario que intenta rescatar del olvido la presencia en Fabero en 1983 de Mercedes Sosa la cantora argentina de música folklórica nacida en Tucumán conocida y valorada en todo el mundo, perteneciente a la «escudería de los necesarios», como expresan estas hermosas palabras de Antonio Lucas dirigidas a Sergio Ramírez y válidas igualmente para ‘La Negra’, que no sé bien por qué se le llamaba ‘La Negra’ si la tez de la de Tucumán, cuyo nombre real era Haydée Mercedes Sosa, no lo indicaba así. Supongo que ella lo sabría pero no se nos arregla preguntárselo a ‘LaVoz de América Latina’. Su muerte por el Mal de Chagas-Mazza tan ocultado por ella nos la arrebató en 2009.

Esta talentosa practicante de la canción denuncia, circunstancia que la llevó sin remedio al exilio en varios países, por extraño que parezca llegó al Bierzo y por él caminó hasta toparse con los mineros faberenses, esos trabajadores de tan extrema puntualidad como le dijo Antonio Pereira, su guía para ocasión. Tan extrema, le señaló el villafranquino, que si tienen que entrar a menos cuarto lo hacen ya a menos catorce. Ese Pereira que ella entrevistó con brevedad precisamente en ese momento en las inmediaciones del lavadero y la línea de baldes del Pozo Julia, aprovechando él para recitarle un fragmento de su poema ‘La altura de los bosques’, dedicado al ave que muere por amor, es decir, al urogallo: «El urogallo canta / su libertad / y olvida al ojo frío / del arma la ocasión de su garganta./ No le compadezcáis. / Su carne abierta / por la pólvora negra y los metales / Sobrevive sonando, / predicando / muerte mejor que la de los corrales». Dichos versos le parecieron ideales a ‘La Negra’, con uno de sus frecuentes vestidos largos, para Víctor Jara en tanto a Pereira le resultaron propios de cualquier poeta sensible. Luego, sin abandonar la poderosa atmósfera que desprende la estatua del minero, bronce de Higinio Vázquez, se adentraron en la mina y Mercedes cantó para los esforzados mineros. Me hubiese gustado tanto presenciar tan maravilloso, único espectáculo. Bien que lo siento.

En fin, se me ocurre que Fabero debería grabar por lo menos una placa con el paso de Mercedes Sosa por aquí y exponerla en lugar bien distinguido. Pocas personas tan admirables y reconocidas mundialmente han pasado por el pueblo. Prestigiaría a la villa. Conmigo se alinean Neruda, Vallejo, Eva Ayllón, Juan Carlos Mestre, Violeta Parra, Víctor Jara y el propio Pereira.

Reptan los lagartos. Mengua la luz. Una cercana canción resuena en mis oídos: «No se va, la Negra no se va».
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