27/12/2014
 Actualizado a 16/09/2019
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¿Han comprado ustedes muchas cosas? ¿Van a hacerlo? Háganlo, por favor, gástense dinerito y levanten el país, que por lo visto sólo se levanta así, gastando, gastándose un poco más a cada vuelta de tuerca. Todos lo hacemos, al fin.

Recuerdo que al principio de la crisis, los apocalípticos y los integrados rehuían las viejas soluciones monetarias: no hay remedio por ese camino, decían, se trata de una crisis sistémica y su solución pasa por un cambio de organización, de estructura, de hábitos de vida. Ha pasado el tiempo y después del susto, como suele, ha venido la acomodación. Y no, no hemos cambiado, sólo somos más pobres, ganamos menos, muchos ya ni ganan, y los beneficios se han incrementado para quienes provocaron todo este desbarajuste y la penuria de tanta gente, la rabia de tantos. Pero no, seguimos creyendo eso de que hay que gastar para levantar la economía, que la economía sólo tiene un arreglo y se basa en mover el dinero (hacia el mismo lugar) y consumir productos desechables que agotan recursos finitos y dilapidan lo que otros necesitan. Seguimos instalados en el pánico a los cambios, acostumbrados a la desigualdad y el abuso, aplicando la máxima de gastar, que según la Academia significa «deteriorar con el uso» y «destruir». ¿Más claro?

Y todo ha de venderse. Las ideas no son buenas o malas, hay que ‘venderlas’. Toda obra debe poder venderse para ser buena cosa; y si es vendible, lo es, aunque sea una pura falsedad. El paradigma en nuestras agostadas sociedades es el turismo, el último negocio: el del ocio. Y así escuchamos por doquier que si vienen turistas, da igual por qué lo hagan, aunque sea pura apariencia lo que ofrezcamos para atraerlos. Si compran lo que vendemos, qué importa que sea una fullería: recogemos la mesa plegable, el tapete y nos vamos pitando. Qué timo, qué truco de mercachifles. Dicen que antes Santa Claus casi siempre iba de verde, pero viste preferiblemente de rojo para vender más Coca Cola. Feliz navidad.
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