25/04/2021
 Actualizado a 25/04/2021
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Hay menos españoles, o expresado de otro modo, menos personas viviendo en la península ibérica. Una de las razones es inmediata y trágica, y tiene que ver con las vidas que ha segado la pandemia. Otra es una consecuencia indirecta, pues muchos de los migrantes que venían a nuestro país dejaron de hacerlo el último año.

Como soy perezoso, no he reparado en cómo se distribuyen las pérdidas. Es decir, no sé si hay menos navarros que andaluces, o extremeños que gallegos, o si el índice empeora en los arrozales o en el páramo. Donde parece que se intensifica el problema es en eso que llaman la España vaciada, aunque, hablando de todo un poco, me gustaría saber cuántos de esos intelectuales que se golpean el pecho compungidos sustituirían sus privilegios urbanitas por una estancia de cuatro o cinco años en un pueblo remoto de la montaña: a lo mejor resulta que no son tantos.

Lo de que haya menos españoles es un asunto que puede relativizarse o tomarse a la tremenda. Quiero decir que, en un mundo poblado por más de siete mil millones de individuos (se dice pronto) y donde la fusión y el mestizajeson fenómenos imparables, lo de las cifras demográficas igual resulta un poco trivial. También es cierto que si la tasa repositiva cae en picado iremos de cabeza hacia un planeta senil, lo que en el fondo a lo mejor nos merecemos: secularmente, las políticas de apoyo a la natalidad, empezando por nuestro país, han venido siendo penosas e insuficientes.

Dicho esto, y a riesgo de que me tomen por irresponsable o antipatriótico, a mí lo de que haya menos españoles (o kazajos, o angoleños, o canadienses) me tiene sin cuidado. Si no es otra pandemia será la extinción del sol, pero de aquí a unos miles de años no quedará en este valle de lágrimas ni el gato. En el intermedio, es posible que la subida del nivel del mar haya devastado unos cuantos países y ya no se distingan las fronteras. Pero si nos libramos y hay un puñado de españoles que han logrado sobrevivir a los debates políticos y las tertulias cainitas, espero que sean gente de bien. No me refiero a los más aptos, ni siquiera a los más listos, si no a los que tanta falta hacen ahora y seguirán haciendo en el futuro: a los que detestan el sectarismo y la mala baba, e intentan que su vida se rija por los principios de la tolerancia y la honestidad. El resto, por mí, como si desaparecen todos.
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