18/04/2022
 Actualizado a 18/04/2022
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La inflación va en el gesto del rostro sin capillo, de las riadas humanas en el oasis leonés de estos días pasados, en la ración de cerveza, que también infla el tiempo para consumirla y desinfla el número de parroquias a visitar y el tamaño de la feligresía.

Enlos sueldos de los procuradores en Cortes, aunque algunos lo quieran maquillar restándolo del colectivo. En los pechos y testas de gran parte de ellos que el próximo sábado preferirán dar más gas a una comunidad tan inflada como los globos del mundial viral de Ibai y Piqué, bastante más auténtico que esa identidad vertebradora de un modelo de éxito quecontraviene todos los diccionarios. Si realmente fuera un festivo, la inflación reduciría el volumen del tráfico que cruzaría para ir a respirar el aire del mar y de los chigres sin la obligatoriedad de la mascarilla. La llevarían los que fueran en tren, que serían tantos como las frecuencias de enlace.

La inflación se notará en mayor medida en las cuentas del ‘streaming’ que en las librerías que abrirán el sábado con ilusión numantina y verán cómo en esta fecha ‘trendi’ se multiplican los que abogan por machaconas y milagrosas recetas contra la inflación, más habituados a especular con los títulos de las plataformas que invertir en el valor seguro de las estanterías.

La inflación va en la tarifa del psicoterapeuta y de las benzodiacepinas. Del cabreo, de la pena, de la rabia, de la desesperación ¿Inflación de las expectativas de una generación que ya mira más por el retrovisor que al GPS o sigilosa reduflación de las oportunidades?

Hiperinflación, ni moderada ni galopante, la de mis gatos, que llevan tres días sin aparecer por casa, aunque en las noches no puedan evitar delatar su posición, que creo sea alcista.

Me voy a encomendar a la fe en los astros y espero que el sábado se rebaje todo un poco y que vuelvan los gatos. El 23 de abril es el día del libro y la luna estará en menguante.
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