20/08/2020
 Actualizado a 20/08/2020
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Algo pasa cuando unos gatos en adopción provocan reacciones más tiernas y solidarias que una familia que lleva un año durmiendo en una furgoneta y que apenas puede llevarse cada día a la boca cuatro garbanzos y unos mendrugos de pan. Vivimos en una sociedad que está enferma. Y no precisamente de coronavirus, sino de egoísmo, insolencia y desconfianza, las verdaderas pandemias de este siglo. Hace unos días logré despegarme un rato de la silla y mirar unos metros más allá de la pantalla en la que se fragua cada día el periódico que tiene entre sus manos. Y allí tuve la oportunidad y la suerte de conocer a José Luis, a Dolores y a Yolanda, una familia que necesita ayuda. Pero en realidad parece que el problema no es que la necesite, sino que la pida. Y buena prueba de ello son algunos cretinos que se apresuraron a tildarles de okupas y maleantes que jamás han pagado impuestos sin haber escuchado su historia y sin haber leído la retahíla de oficios que ha desempeñado el padre de familia. Si ha cotizado por su trabajo o no, lo ignoro, pero en cualquier caso eso no es de su incumbencia, sino que depende de la ética de las diferentes empresas que le han tenido en plantilla durante cuatro décadas.

Quizá la sociedad y el cada vez menos noble oficio de juntar letras padezcan las mismas dolencias. Queremos conocer a las personas sin hablar con ellas cara a cara y contar las noticias sin atravesar el umbral de la puerta de la redacción. Queremos aparentar que no hay vida más allá de nuestros modélicos perfiles en las redes sociales y no consentimos en ningún caso que nadie piense que necesitamos ayuda. Quedamos con nuestros amigos para presumir de lo bien que nos va y no para buscar apoyo en todo aquello en lo que flaqueamos.

Y así vamos creando una sociedad en la que todo es cada vez más engañoso, por no decir falso, en la que hablar –que no fingir– cara a cara ya no está de moda y en la que todo nos da igual siempre que no nos salpique las flamantes zapatillas blancas que acabamos de estrenar.

Pedir ayuda no es malo; confiar en la poca buena gente que solemos tener en nuestras vidas, tampoco. Y para lo contrario aún no se está buscando vacuna.
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