Memoria de un caldero

08/02/2023
 Actualizado a 08/02/2023
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Contaba el paisano que había sido un símbolo de la lucha por la igualdad –antes de que existiera la expresión o, peor aún, estaba denostada– el sencillo hecho de que cada día acudiera con el caldero hasta la fuente de la plaza para llevar agua a casa. «Los vecinos allí sentados me decían que eso era cosa de mujeres».

También era cosa de mujeres, en el mismo lavadero o en el río, acudir cada día a lavar la ropa con agua fría, incluso rompiendo en invierno la fina capa de hielo que se había formado con la helada de la noche. Ésa era, ‘aún más, cosa de mujeres’, como lo era también limpiar las tripas en los fríos días de noviembre para las matanzas domiciliarias, aquellas que cuando las reivindicamos con nostalgia hablamos del lomo sobre la chapa, las pastas en la puerta, una copina de anís para los vecinos que pasan... pero no las manos entumecidas y ateridas de frío.

Cierto que era el lavadero, casi siempre en la plaza, un punto de reunión y celebración de la vida comunal, del filandón improvisado, de la conversación abierta a lo divino y lo humano; pero nunca está de más recordar de dónde venimos para celebrar dónde estamos y soñar con dónde podremos llegar.

Tal vez sea la anécdota del paisano que sí iba a por agua al caño la metáfora de los tiempos, de aquellos tiempos en los que silenciamos y no dimos ninguna importancia a gestos que comprenderás que no por diarios dejaban de ser casi heroicos. Haz la prueba. Mete la mano debajo del grifo del agua fría –seguramente menos fría que la del lavadero– y toma nota de los segundos que aguantas sin retirarla y calentarla.

De minutos ya ni hablamos, ninguno.

De los olvidos tampoco, pero de ellos venimos.
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