Memoria de la mina, el domadero y las briquetas de Vegamediana

José Gato Andrés, Gato para todos, falleció esta semana a los 87 años. Era la memoria de la minería en el Valle de Sabero, desde que entró a trabajar con 14 años

Fulgencio Fernández y Laura Pastoriza
09/04/2023
 Actualizado a 10/04/2023
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Gato era la cara más agradable y cercana de los recuerdos nada siempre agradables de la mina, que marcó su vida, desde que entró a ella con 14 años y no la dejó de llevar dentro hasta esta semana cuando, con 87 años, se le fue la vida, se borraron los recuerdos y se tiñó de luto el carbón, más negro que nunca.

José, que así se llamaba quien para todos era Gato, siguió a su manera en la mina y él era quien cuidaba ese ‘santuario’ que en un rincón de la iglesia de Cistierna tenía Santa Bárbara, la santina de los mineros, la patrona. E iba a los colegios en las fechas cercanas a contarles a los chavales las cosas de la mina, aquella vida dura que fue la vida del valle, y organizaba concursos con ellos, dibujos, trabajos manuales... que exponían cada año.

No faltaba Gato a ningún acto vinculado a la minería que se celebrara en el Museo de Sabero donde se mostraba como una verdadera enciclopedia, siempre recordaba el nombre de quien aparecía en las viejas fotos, sabía en que pozo trabajaba, qué había sido de él después de la mina. Con voz suave, casi dulce, con una sonrisa. Hasta lo más duro no sonaba así en su boca, como cuando contaba el nombre que tenía el lugar donde comenzó a trabajar, la fábrica de briquetas de Vegamediana: "Era lo más duro, le llamábamos el domadero, ya te imaginarás el motivo".

Allí fue a parar Gato, con solo 14 años, casi un niño, aunque él lo contaba como quitando importancia: "No me gustaba estudiar, pues a la mina. Entonces se entraba con 14 años, yo los cumplí el 19 de enero y empecé a trabajar el 3 de junio".

Allí estuvo 5 años, un lugar duro, donde la brea te podía pelar la cara, tanto que se tenían que hacer "una mascarilla de barro, que cogíamos ahí para Yugueros, para que te protegiera".

- ¿Era muy peligroso?
- Yo vi cómo a compañeros les salía la piel a a tiras; a mí por suerte no me pasó.

Y José Gato, siempre tan cercano, se prestó a ‘repetir’ el embadurnarse la cara, hacerse nuevamente la mascarilla, para que lo pudiera fotografiar Cecilia Orueta para su libro ‘The end’, sobre el fin de la minería en las cuencas mineras de Palencia y León. Lo cuentan en estas mismas páginas la propia Orueta y su compañera Mar Astiárraga, que tomaba notas de todo lo que iban haciendo cada día.

Gato entró con solo catorce años a la mina, en la fábrica de briquetas de Vegamediana, el trabajo más duro pese a su corta edad por lo que le llamaban a este destino "el domadero"Ellas dos explican mejor que nadie la cercanía y bondad de Gato. Mar acaba su texto con un "ahora es un amigo" y Cecilia al saber de la muerte de José, con el que hablaba con frecuencia, lo primero que pensó fue en coger el tren para llegar a su entierro, pero cuando la avisaron ya no era posible.

Gato pasó de Vegamediana, de la fábrica de briquetas, a los talleres, un y trabajo "mucho mejor y más creativo" del que siempre se mostró orgulloso. "No yo, todo el equipo, los talleres de Hulleras eran de lo que no hay. Allí se estropeaba una pieza y solo se pedía una vez, después la hacíamos nosotros, había unos profesionales impresionantes en Hulleras".

Al hablar de los actosmás emotivos para honrar a la patrona de los mineros Gato siempre citaba el recuerdo a los mineros fallecidos en el año. Este año serán muchos los que se acordarán de él, el entrañable minero. 
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