miguel-soto.jpg

Mejor un halcón

13/10/2019
 Actualizado a 13/10/2019
Guardar
Me maravillan las bandadas de pájaros que se ven sobre el Puente de los Leones algunos atardeceres del año. Me quedo tonto con su milimétrico ballet, pero la primera vez que unos pájaros me dejaron con la boca como un socavón de la León-Benavente no fue contemplando aquellos sino viendo una película. Lo que hacía Whitaker con sus palomas desde una azotea, interpretando a ‘Ghost Dog’ al ritmo de la banda sonora de RZA, era para creer en Dios. Aquellas mensajeras no eran precisamente lo que ustedes llamarían, parafraseando a Woody Allen, ratas con alas.

Yo, que empecé a usar esa expresión dos décadas después, más por mimetismo que por convicción, al ver cómo en otra película, ‘24 Hour Party People’, se recreaba el momento en que Paul y Shaun Ryder envenenaron a miles de ellas con alborozo, aprecio a los pájaros sin condición. Incluso a las especies invasoras, como esas cotorras venidas de Sudamérica que van a exterminar en Madrid. Decisión a la que, por otra parte, tampoco me opongo, dado que en León sabemos lo que hacen los invasores. Que se lo digan si no al cangrejo ‘autótono’ cuando el americano empezó a poblar los ríos de la provincia. Adiós manjar. Porque el hecho es que para conservar la variedad natural, que no pureza, de los reinos animal y vegetal, hay que intervenir decididamente contra la tendencia darwiniana.

Pero si hay un pájaro que me gusta es el halcón. Poderoso por su cuenta, también en manos del hombre y mucho más en los despachos del poder en Washington. Su efectividad en los aeropuertos para espantar bandadas de otras aves molestas y peligrosas es un motivo más para creer en Dios.Si quieren verlos de cerca y también en plena exhibición de sus capacidades, la feria de cetrería de La Virgen del Camino de este fin de semana es una buena oportunidad.

De haberla visitado un colega mío hace años se habría ahorrado una agotadora sensación de frustración y unas cuantas burlas por mi parte. Quería comprarse algo volador y, como los drones todavía no estaban al alcance de los bolsillos ‘freaks’, apostó por un avión de aeromodelismo. Iba a volarlo a una explanada al fondo del polígono residencial detrás del Espacio León. Pues oye, no había manera. Despegaba, y al poco catapún. Y otra vez catapún. Y catapún a la tercera. Era de mofa. Y mis carcajadas cada vez más sonoras.

Para lo que él quería hubiese sido mejor un halcón. Mucho mejor un halcón.
Lo más leído