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Meditaciones estivales sobre el Quijote

15/08/2022
 Actualizado a 15/08/2022
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Como cada verano, regreso al Quijote, o más bien el Quijote regresa a mí. Aunque no falta quien me asegura que esta novela, la más extraordinaria en lengua castellana, es más lectura de invierno, propia del recogimiento de noches frías y nevadas copiosas, que los montañeses conocen bien. Pero yo la tengo por lectura muy de verano, alegre como pocas, disparatada y sensata al mismo tiempo, ligera en ocasiones, pues a todo hace Don Quijote, ideal también para las noches, pero en este caso las que se envuelven en calor.

Esta costumbre me viene ya de lejos: encontré que la historia cervantina me llevaba casi de la mano, admitía interrupciones (muy veraniegas) y se dejaba abrazar con facilidad, quiero decir, podía retomarse sin grandes esfuerzos. Porque el Quijote posee una naturalidad difícil de conseguir, y aun en su maestría esa naturalidad crece, lejos de menguar. Quiero creer que es parte de su grandeza literaria. El autor es proclive a la repetición, hay temas recurrentes, sea con intención o por olvido, como sucede en la vida misma, y eso hace que uno entre por derecho en la psicología de los personajes, que los entienda con la enseñanza de unas pocas páginas. Y en la familiaridad del trato está el gusto, pues nada, por osado y loco que sea, se nos antoja imposible, como al protagonista, y se llega con facilidad a ese momento en el que uno entra en la vida y las andanzas de los personajes como si fuera uno más de ellos, hasta el punto de todo parece lo más natural del mundo.

Así que llevo ya muchos veranos regresando al Quijote, y él a mí, unas veces desde el principio de la novela, otras buscando episodios al azar, y alguna, como este año, desde la Segunda parte, como terminó llamándola el autor. Una de las razones de la genialidad de este libro reside, en mi opinión, en que cada nueva lectura que uno acomete es necesariamente diferente de la anterior. No es que el libro mute en el silencio de las estanterías, que bien pudiera ser por algún encantamiento, sino que es el lector el que muta, o, si quieren, el que envejece. Y así, cada lectura le toma en un estado de ánimo distinto, con lo que reverdecen detalles que un año anterior yacían mustios, o no se dejaban ver. El Quijote está lleno de sorpresas, de giros, de segundas lecturas y de humoradas, quién puede dudarlo, y eso es lo que nos sucede también con Shakespeare, príncipe de los enigmas.

Este año, a mi nuevo viaje por la Segunda Parte del Quijote, he añadido el libro más conocido de César Brandariz, ‘Cervantes decodificado’, que se publicó en 2005 (MR ediciones). Es un libro muy celebrado, cargado de revelaciones que parecen muy certeras unas y muy plausibles otras, y da muchos argumentos para ello. Pone en duda no pocos hechos de la vida cervantina, e igualmente muchas interpretaciones tradicionales del Quijote.

‘Cervantes decodificado’, un libro que muchos de ustedes conocerán, recoge las investigaciones de Brandariz sobre nuestro gran escritor, algunas de las cuales están presentes en otros de sus escritos anteriores. Hemos hablado de esta persecución de la oculta verdad cervantina en otras ocasiones, pero cada vez que regreso al Quijote me veo obligado a recordar las revelaciones de Brandariz, y también algunos comentarios al respecto, por ejemplo, del gran Francisco Rico en su conocida edición de la Academia. Ya son muchos los que han indagado en los misterios tanto de Cervantes como del Quijote, y algo muy semejante sucede, como dije, con Shakespeare, cuya vida es casi más enigmática que su obra, y desata, si no más pasiones, al menos tantas. La razón de que estemos ante dos biografías cubiertas de tinieblas hace que las especulaciones se disparen, y del mismo modo el trabajo de los investigadores, escudriñando el más pequeño detalle. Shakespeare es una industria en sí mismo, como es sabido. Una gran industria que vive más de lo que no se sabe del autor de ‘Hamlet’ que de lo que se sabe. Con Cervantes podría ocurrir lo mismo, pero, aunque honrado y celebrado, no se ha generado tanto revuelo, ni tanto morbo, sobre lo que de él se desconoce, que es mucho. Quizás, hasta ahora. O hasta hace unos pocos años.

Hoy ya no puede darse por sentado todo lo que la tradición y la investigación clásica asegura sobre Cervantes. Brandariz dice que los tópicos ocultan las verdaderas raíces cervantinas. Pero todo esto no hace más que añadir interés al libro, pues en él se esconden no pocas claves, como en otros grandes libros, como en el ‘Ulises’ de Joyce, citémoslo en su centenario. Libros en los que los autores se vanagloriaron (al menos en el caso de Joyce) de enterrar enigmas que no se descifrarían ni siquiera en trescientos años. ¿Existe el mismo propósito en Cervantes? ¿Oculta todo lo que al parecer oculta por capricho, por broma, o más bien por miedo? La condición de judío converso ha sido atribuida numerosas veces al escritor, y Brandariz también lo hace.

Mi interés por todo esto nació, como dije, hace ya casi veinte años, cuanto dediqué algunos esfuerzos a analizar las traducciones al inglés más contemporáneas de la novela. Luego, con las sucesivas lecturas del Quijote, estas lecturas estivales a las que me refiero, el interés no dejó de crecer.

Que Brandariz ponga en duda que la novela se desarrolle en La Mancha (que Cervantes, dice, demuestra conocer más bien de oídas y porque hubo de atravesarla varias veces por cosa de negocios), es algo que también ha sido repetido por otros. Las referencias a topónimos como Cervantes lo han hecho gallego (y también Saavedra), lucense, sobre todo, pero Brandariz (como Leandro Rodríguez, entre otros) se refiere al Cervantes de Zamora, lo convierte al autor, señala, en alguien nacido en las montañas de León, como se llamaba esa confluencia con Sanabria. Baste con recordar aquí este trabajo, pues soy consciente de que todas estas lucubraciones sobre el origen de Cervantes (como las que ponen en duda su nacimiento en Alcalá de Henares) y sobre su novela, son harto conocidas. Pero se olvidan con frecuencia, también en cierto. La flora y los dejes del lenguaje parecen también muy de las montañas de León y hay alter egos cervantinos, como el Cautivo, o Damón en ‘La Galatea’ que, según Brandariz, no nos dejarán mentir sobre su origen. Ni sobre su formación en Monterrei, al sur de Ourense. Todo es tan emocionante que parece otra novela, así que les invito a volver al Quijote, como yo, y, a la par, regresar también a su misterio.
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