17/12/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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En el año 431 antes de Cristo, en el festival conocido en el Ática como ‘Grandes Dionisias’, Eurípides presentó al concurso una tetralogía compuesta, tal como se exigía, por tres tragedias y una drama satírico. Compitió y no ganó: el primer puesto lo obtuvo un autor llamado Euforión, hijo de Esquilo, del que no hemos conservado obra alguna. El segundo lugar fue para el gran Sófocles, aunque no sepamos muy bien con qué trabajos. Eurípides tuvo que conformarse con un tercer puesto y, en este caso, sí sabemos con qué obras: las tragedias Medea, Filoctetes y Dictis y el drama ‘Los recolectores’. Perdido completamente el drama y conservadas fragmentariamente las otras dos, la historia ha querido que solamente hayamos conservado una tragedia y, además, del perdedor: Medea. Quizás fue así porque, de entre todas las obras teatrales representadas en aquella ocasión, esa fue reconocida, andando el tiempo, como la mejor. Aquel fue el año en que estalló la Guerra del Peloponeso, llamada a quedarse entre los griegos durante casi treinta años, a pesar del cansancio de una sociedad que en el mismo siglo había vivido ya las guerras contra los persas de Darío y Jerjes resueltas felizmente en las batallas de Maratón, Salamina y, finalmente, Platea. Sabemos que Esquilo, sin ir más lejos, combatió con seguridad en las dos primeras y precisamente en Salamina se dio una coincidencia digna de recordarse: tuvo lugar el año en que nació Eurípides y consta que Sófocles estuvo al frente del coro que entonó tras la victoria el peán o canto a Apolo. El azar quiso que los tres grandes tragediógrafos griegos quedaran reunidos en una de las batallas más importantes de la historia. Considero una suerte haber podido leer todas los obras del trío trágico griego, a pesar de que por su dificultad siempre creo que hay algo de Esquilo que se me escapa. Edipo y Antígona me parecen, de entre las de Sófocles, las que mayor proyección han tenido en la literatura occidental y por esa razón las considero insoslayables. De entre las de Eurípides, que escogió a las mujeres como protagonistas de sus tragedias en una docena de ocasiones (Alcestis, Andrómaca, Hécuba, Electra, Ifigenia...), no tengo duda de que Medea es extraordinaria. Por el argumento que recoge y por el modo en que lo hace. Por ese intento de Eurípides de acercarse a la razón de la sinrazón, la manera en que canaliza el odio, las pasiones, el sufrimiento, la infelicidad. La realidad me recuerda recurrentemente esta tragedia excepcional que me desazona y de la que puedo recitar largos fragmentos. En esta ocasión ha tenido la culpa el asesinato de los hijos de Andrea Benotti. Más de dos milenios después, aquí está Medea.
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