07/05/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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No es habitual que una deportista de élite, una campeona de España, alguien que ha dedicado su vida entera a una disciplina física, gane un concurso literario. Tampoco es frecuente que un accidente de tráfico lleve al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, a la edad de 20 años, a una chica acostumbrada a lanzar su cuerpo al aire como una flecha, a hacerlo girar, contorsionarse, y dibujar arcoíris con él sobre una pista de gimnasia rítmica. Y mucho menos usual es que todos los mensajes que esa misma chica lance desde su cama de hospital estén cargados alegría, confianza e ilusión.

Sin embargo, esa es la historia de la leonesa Andrea Pozo, cuya columna vertebral resultó gravemente afectada en enero de este año cuando perdió el control de su coche mientras se dirigía al Centro de Alto Rendimiento Deportivo. Andrea no sólo fue capaz de mantener la calma en los primeros momentos, cuando se dio cuenta de que no era capaz de mover las piernas. Si uno revisa sus declaraciones a los medios se diría que le es imposible no ver lo bueno en los peores reveses de la vida: «Hasta que te sucede algo así nunca sabes cuántas personas tienes cerca o se preocupan por ti», «Ha hecho que me sienta, en el fondo, afortunada», dijo tras ingresar en el famoso hospital de Toledo. Tras unas semanas en él aseguraba confiar en su recuperación, aunque sin ponerse plazos.

En el texto con el que acaba de ganar el concurso literario patrocinado por Linde, Andrea no transmite que esa alegría sea vana, ni que su inquebrantable ánimo pase por edulcorar la realidad. Al contrario, describe su calvario médico, su miedo, cuenta cómo al cerrar los ojos sólo ve pelotas, aros, y cintas volando y rozando el techo del pabellón, y cómo al abrirlos ese techo se ha convertido en el de una habitación en la que se encuentra postrada y sin apenas poder moverse. Pero también habla de su lenta mejoría y del apoyo humano y profesional que la sostiene. No pierde la sonrisa, porque aunque ya no se vea en el podio –de hecho acababa de abandonar la competición cuando sufrió el accidente– sí se ve como entrenadora, entregando a sus niñas lo que recibió de Ruth Fernández y del Club Ritmo y que la ha preparado de esta forma tan excepcional para el campeonato de la vida. Es difícil no ver en el origen de esa cadena de transmisión de valores la sombra de Ángel Fernández Córdoba: vale quien sirve, y Andrea está sirviendo de mucho a una sociedad a la que le es más fácil percibir dignidad en el suicidio que en la lucha y en la esperanza.
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