27/12/2020
 Actualizado a 27/12/2020
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Mi abuelo Pepe me contaba que en Riaño había unas cosas que se llamaban neveros: sitios donde nunca se deshacía la nieve y a los que se iba en busca de hielo para conservar alimentos. Al principio, se suministraba en carros de bueyes, pero la popularización de los frigoríficos eléctricos acabó con ello. De nada sirvió que los repartidores cambiasen el carro por una camioneta para intentar ser más efectivos: aquella actividad estaba condenada a la desaparición y así sucedió.

Pienso en aquellos vendedores de hielo a cuento de este otro oficio que sigue los mismos pasos: el periodismo. Ya las propias palabras apuntan la raíz del problema: «medios de comunicación». Los periodistas estamos en el medio. Entre, pongamos, Beyoncé y su fan número 1 de la Submeseta Norte. Si antes la primera quería transmitir un mensaje a la segunda o a cualquiera (generalmente: «compra mi disco»), concedía una entrevista que pasaba por el filtro del entrevistador. Ahora esa mediación ha desaparecido: Beyoncé emite directamente para sus interesados, a través de redes sociales o por el canal que sea. Tanto ella como su público están encantados con que no haya nadie en medio. Y quien dice Beyoncé, dice las administraciones o la oligarquía empresarial. No pasa nada, sabemos irnos de una fiesta cuando vemos que sobramos.

Con la Covid-19, todo ha empeorado. Y ha sido en buena parte por culpa de los periodistas, sobre todo de los grandes medios. Cuando la situación pedía calma y un par de pasos atrás, el lector/espectador se ha encontrado con análisis chusteros a toda prisa, contradicciones y pleitesía ante las diferentes facciones del poder. Hemos pasado del «así son las cosas» al «lo estás haciendo mal». El periodista prescriptor (esto está bien, esto no), que tuvo su sentido en el siglo pasado, es hoy un señorín agitando los brazos para que se le haga caso mientras se hunde el barco. Pero no porque pida ayuda o trate de salvar a alguien más, sino porque tiene algo muy importante que decir antes de que sólo suene ‘glu glu’.

Lo más triste es que frente a la enorme pérdida de confianza en los ‘mass media’ a causa de los palos de ciego durante la pandemia y al hartazgo del público ante el «has de hacer lo que yo te diga», el periodismo de grandes medios ha respondido con un ataque de importancia. Lo de «garantes de la democracia», el «control a los poderosos» y todos esos rollos. Internet es una hemeroteca que engaña con fantasías de trascendencia donde antes había una máxima: «Las exclusivas de hoy envolverán el pescado de mañana».

A punto de terminar 2020, a la gente le da igual que existan columnas como ésta: ya sé que a usted, que me lee con amables ojos, no; hablo de las «masas», como diría Ortega. Y eso ni es bueno ni es malo: «ye lo qu’hai», dicen nuestros vecinos.
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