17/03/2016
 Actualizado a 10/09/2019
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Hoy voy a decir lo mismo que dice Homer Simpson cuando no bebe cerveza o ve la televisión: «¡¡¡Me aburro!!!».

Si, me aburro de la vida que me toca vivir, (que por otra parte es la misma vida que tienen que padecer siete mil millones de seres humanos, o no tan humanos), porque, simplemente es una estupidez.

Un niño que nazca hoy, dependiendo de donde se encuentre, tiene marcado en su ADN todo lo que le va a ocurrir. Los árabes y los judíos, aunque estos menos, lo llaman «predestinación», y es una realidad que la tenemos escrito en la cabeza de una aguja.

Un ejemplo: un niño que nace en el África subsahariana sabe que no vivirá más allá de los cincuenta, y eso con mucha suerte; que pasará necesidades toda su vida, que será maltratado por el poder de su gobierno o el de las multinacionales que esquilman su país; que tendrá que luchar en tumultos y guerras para seguir viviendo, también con mucha suerte; que se casará con una pobre desgraciada que no alcanza, para la mayoría de sus vecinos, la categoría de ser humano; que tendrá un montón de hijos y que padecerá mil y un suplicios para poder criarlos con dignidad; y que al fin morirá sin saber porque ha vivido.

Otro: dos niños nacen al mismo tiempo en Madrid. Uno en el barrio de Salamanca y el otro en Vallecas. Aunque vivan en la misma ciudad, no coincidirán ni una sola vez en su vida. Uno estudiará en una buena universidad, tendrá un buen trabajo, ganará dinero, se casará, tendrá hijos, engañará a su mujer con la secretaria o con quien quiera, se juntará con los amigos para ver los partidos de fútbol, se emborrachará una vez a la semana y se meterá una raya de coca para animarse de vez en cuando. Todos pensarán que es feliz; hasta el lo pensará, pero, en el último suspiro de su vida, no sabrá porque ha vivido de esa manera. El otro dejará el colegio al cumplir los catorce, subsistirá haciendo trabajos que nadie quiere hacer, se meterá en líos con sus amigos, trapicheará con drogas, las consumirá para conseguir un momento de felicidad que el mundo le niega, irá, seguramente, a la cárcel, tendrá una mujer igual de desdichada que él y morirá, igual que todos, sin saber porqué ha vivido.

Y estas situaciones me aburren. Me aburre darme cuenta de que estoy, (estamos), solos en esta mierda de mundo; me aburre saber que la mayoría de mis conocidos son mala gente, vampiros ávidos de la sangre de otros, expertos en no dar ni golpe, entusiastas del egoismo; me aburre saber que en momentos de dificultad, que todos tenemos a montones en la vida, nadie se acordará de su vecino, nadie le ayudará.

Me aburre mucho más de lo necesario saber que mi pueblo, mi provincia, están condenados a morir porque mueren muchos más de los que nacen y los que nacen tienen que huir de aquí como alma que lleva el diablo porque no tienen trabajo. Me aburre, por tanto, leer en el periódico que León es la provincia con menor tasa de crecimiento económico de España. Y mientras estas calamidades suceden, los políticos que habéis elegido, en vez de trabajar para solucionarlo, piensen solamente en comer, beber, dormir y fornicar, que lo demás es fascismo y que presten más atención al resultado de un juicio viciado de mano que en convencer a quien tiene la guita de que la invierta aquí, aunque sea para crear una red de casas de putas que seguro que son un éxito arrollador de crítica y público.

Me aburre ver en la televisión cualquier debate o cualquier tertulia. Se juega, en ambos casos, con cartas marcadas y eso no vale, o no debería valer, porque tergiversan la realidad acomodándola a su real saber y entender, sin tener nunca en cuenta al estúpido y confiado pueblo llano.

Me aburre casi todo, como podéis deducir. En estos casos lo único que lamento es ser un cobarde para poder pegarme un tiro y acabar de una vez. O para pegarles. Salud y anarquía.
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