13/08/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
El fin de Semana pasado se celebró en el convento de clausura de la Purísima Concepción de Ponferrada una misa de acción de gracias por la reciente beatificación de catorce de sus compañeras, mártires, asesinadas en el año mil novecientos treinta y seis, después de haber sufrido torturas y vejaciones de todo tipo por parte de los milicianos republicanos. Ellas podrían haber evitado todo ese sufrimiento y la muerte habiendo renegado o simulado que renegaban de su fe, pero prefirieron morir antes que traicionar sus creencias.

Resulta difícil, por no decir imposible, ponerse en la mente de los asesinos para buscar algún tipo de justificación de tanta crueldad. ¿Cuál era el delito de aquellas catorce mujeres encerradas en un convento, dedicadas a la oración y al trabajo? ¿Qué daño podían estar causando a la sociedad? En realidad los asesinos no tenían más razones, si es que a eso se le puede llamar razón, que el odio a la religión. Un odio que llevó al martirio a más de siete mil religiosos y religiosas, junto con la destrucción de veinte mil iglesias y conventos. Esto sí que es auténtica memoria histórica. Desgraciadamente esa violencia salvaje es la semilla que engendró otras muchas violencias posteriores.

Sin embargo, cuando la Iglesia decide beatificar o canonizar a quienes en ese momento fueron víctimas de la persecución religiosa, no lo hace para pedir venganza contra los asesinos, pues los propios mártires murieron perdonándolos. Lo que se pretende más bien es reconocer el testimonio y el ejemplo que nos han dejado, muy a tener en cuenta para aquellos que con bastantes menos motivos reniegan de su fe o se acobardan a la hora de vivirla.

Nos cuestión ahora de reabrir viejas heridas, sino de evitar que se repitan situaciones similares. La violencia no surge por generación espontánea, sino que suele nacer de un sentimiento, como puede ser el odio. Y aunque ahora no haya esa violencia física de tiempos pasados, sí que se pueden estar alimentando los sentimientos que la generan. Y no resulta difícil constatar que hay políticos, y medios de comunicación, que parecen seguir con la misma obsesión de sus antepasados, con aquellos a quienes parecía normal o incluso una buena obra matar monjas y curas y quemar conventos e iglesias. No aprenden. Y si no que se lo pregunten a los responsables centros de enseñanza concertada, la mayoría regidos por religiosos, excluidos en las recientes reuniones convocadas por el gobierno en funciones, para dialogar sobre el tema de la educación.
Lo más leído