Máster en derecho

Una de las cosas que más me fastidian de trabajar en la sección de deportes son los días que tengo que escribir en ella de cosas que no son exactamente eso, deporte.

Durante muchos años los periodistas deportivos de la ciudad tuvimos que hacer un máster acelerado de derecho mercantil, informando un día sí y otro también sobre las penurias económicas de los clubes leoneses, entrevistando a administradores concursales, haciendo fichas de acreedores y hablando de casi todo lo que no tenía que ver exactamente con lo que ocurría en el campo, que dicho sea de paso tampoco es que diera mucho que hablar dadas las circunstancias.

Pero hay una cosa de la que me fastidia mucho más tener que escribir fuera del deporte en la sección: el maldito dopaje. Durante muchos años fui muy aficionado al ciclismo, todos los que me duró la ilusión por un deporte en el que llegué a creer que todo era mentira. Una vez vuelves a creer y a confiar se puede volver a disfrutar, pero créanme, cuesta.

Otro de los deportes que más me gustan y que además me toca de cerca es el atletismo, con el que el dopaje también se ha cebado especialmente (o han permitido que se cebe). Como sé muy bien qué es y que conlleva ser un deportista limpio, para el que no existen los planes improvisados, obligado a estar siempre localizable a cualquier hora ante el riesgo de que si no respondes a esa llamada al timbre a las 6 de la mañana te pueda contar como un incumplimiento, no es admisible que haya la más mínima duda sobre cualquiera.

Los juzgados podrán decir lo que sea y su decisión habrá que acatar, pero no es la justicia española especialmente respetable en asuntos de dopaje ni suele equivocarse poco en estos casos el dicho de quien lo parece lo es. Lo único claro es que a estas alturas de la película no es comprensible quien toma el camino del dopaje o de rodearse de él y esos comportamientos perjudican a la gente que con trabajo y esfuerzo diario tratan de brillar en su deporte. Que tomen nota de ellos.