01/03/2020
 Actualizado a 01/03/2020
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A pesar de su advenimiento vírico, las mascarillas han llegado para quedarse. Pasarán los virus dichosos y vendrán otras enfermedades modernas para alimentar los miedos, pasará esta locura tan propia de los tiempos confusos que nos han tocado e incluso pasará a la gloria del periodismo Lorenzo Milá gracias a sus informaciones desde el norte de Italia, pero las mascarillas no pasarán. Al contrario, los hacedores de complementos se frotan las manos ante el nuevo nicho de negocio (se dice así ahora) y ya el marketing se ha lanzado sobre esta materia con el mismo afán corrosivo de los virus reales o ficticios. Nadie sabe.

Lo cierto es que el campo de los complementos, es decir, de lo superfluo, es uno de los sectores de la economía más dinámico e innovador, poco importa a lo que atendamos de todo ese universo. Los móviles, por ejemplo, y todas sus adyacencias: fundas, carcasas, soportes, cintas y brazaletes, auriculares bluetooth, kits de carga o para coche, películas protectoras de pantalla, adaptadores USB, dispositivos para manos libres, líquidos para pulir pantallas táctiles, altavoces, etcétera, etcétera. Así hasta un sinfín de elementos más o menos prescindibles que colaboran, he ahí el truco de los complementos, para que nuestras ataduras al teléfono sean firmes y sin solución.

Pero hablábamos de mascarillas faciales, esos artilugios que pretenden contener bacterias provenientes de la nariz o de la boca. Ya vivían con nosotros y cada vez eran más comunes en las calles, sobre todo en ciudades sometidas a contaminaciones severas. La actual extensión del pánico, que siempre deja algún tipo de huella, las convertirá en perennes por pura acción preventiva a la que también llaman los ministerios de nuestra salud o nosotros mismos sin más o la internet, de todo hay. Y esa será nuestra condena comercial, a ver si iba alguien a creer que no se fijarían en ello los pensadores del liberalismo y sus mercaderes. El catálogo de posibilidades es inmenso. Preparémonos para el fin.
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