Máscaras de todo tiempo

18/04/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Los pueblos jugaron toda la vida a meterse debajo de una máscara, por unos días, en unas fiestas. Se metían bajo cualquier corteza, bajo cualquier caparazón, y así quedaba cubierto su tiempo de ser quien no son, de parecer lo que nunca parecieron, de vivir como nunca viven.

Pero a la mañana siguiente de la fiesta, al amanecer, posaban las máscaras y ya estaban en las cuadras ordeñando, en las dehesas regando, en los campos arando, en las tierras sembrando, en las fábricas trabajando, en las carreteras limpiando, en las minas picando, en las tiendas despachando, en los camiones buscando nuevos horizontes, en las escuelas enseñando, en los colegios aprendiendo, en las tabernas viviendo, en los filandones hablando, enlos mares arrancando peces a su viente revuelto y salado...

Pero las máscaras empezaron a ganar días y días. Y nunca se acababa la fiesta para quitarlas. Y pasaban los días y no llegaban a darse cuenta que las llevaban puestas y seguían con ellas, nadie les miraba extrañado, habían ganado la llamada batalla de la calle.

Las máscaras dejaron de ser cartón y madera de árbol viejo para ser unos enormes coches que no dabanla vuelta en las calles de su pueblo, e impolutos trajes que nos recordaban que debían llevar en los bolsos altísimas responsabilidades de Estado o empresariales. Y no faltaba quien le adornara esa cara del que sabe que siempre se les pone añadiendo que es listísimo, que habla y se entendía incluso con gente del extranjero... Después salían en la televisión y sólo venían un par de días en verano para ver a su madre y se les ponía cara amarga cuando les pedía el padre que pasaran por el bar a ver a la gente.

Y la realidad pasó a ser una tontería.

Es más, lo sigue siendo, sin necesidad de máscaras.
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