26/02/2017
 Actualizado a 16/09/2019
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Siempre me ha parecido que Venecia es un lugar triste, aunque no sabría explicar muy bien por qué. Tal vez porque uno tiene allí la sensación de que todo discurre con lentitud, de que el tiempo está como detenido, de que la realidad no puede ser posible. O quizás por la impresión que uno le asalta de estar a punto de perderse para siempre en una ciudad a la que Joseph Brodsky llamaba «la mayor obra de arte que nuestra especie ha producido». Nada hay que impida convivir a la belleza, incluso la inalcanzable, con la tristeza. Creo que esa ligazón ya la mostró, también en Venecia, Visconti. La ciudad es enteramente como un granteatro del que uno participa sin remedio y ese sentimiento nunca te abandona por muchas que sean las oportunidades que tengas de estar en ella. Hace años, una larga escala en el aeropuerto de Venecia me proporcionó la posibilidad de conocer el carnaval. Los lentos movimientos de los enmascarados y sus elaboradas y oscuras vestimentas me causaron una extraña sensación. También el saludo ceremonioso, «Buongiorno, signora maschera», habitual en esos días. Me pareció que en ese carnaval faltaba la alegría que nace de poder representar un papel diferente al cotidiano, de poder transgredir las normas sociales establecidas, del desenfado, de recorrer las calles con alboroto, de hacer ruido, de la música y el baile, de la diversión pública. En realidad creo que lo que sentí en Venecia, donde la vida se representa como una ilusión, fue algo parecido al miedo. Y por alguna razón que tiene que ver tal vez con el miedo, he relacionado siempre aquel carnaval con el ‘Pasacalles de la vida’ que Stefano Landi, músico romano muy influido por la escuela veneciana, compuso sobre un tema popular: «Oh, como te engañas si piensas que no han de pasar los años. Es un sueño la vida». Cuantas veces escucho labrillante interpretación de Marco Beasley, me digo a mí misma que el mejor carnaval es el que se llama antruejo, antroido o entroido. O aquel en que las chirigotas cantan lo que todos pensamos y pocos decimos.
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