16/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Ahora que se decide entre Valladolid y Salamanca lo que pasa entre Navatejera y Villasinta sin duda ya no somos los que éramos. Mejoramos a diario. La política ha cambiado tanto desde aquella acampada en la Puerta del Sol que ya no se sabe si es una respetable rama de las ciencias sociales o un mercadillo ambulante, con sus insistentes voceros y su mercancía robada. De menú se anunció como entrante condenas a prisión para todos los corruptos y como plato principal la muerte del bipartidismo, y de tanto como se nos llenó la boca no llegamos al postre. Las condenas duraron eso, lo que un entrante, y para quitarle el sabor rancio al PSOE y al PP se los condimentó con soñadores y oportunistas. Las proporciones fueron distintas según el territorio, pero en todos ellos, por lo general, se abusó del picante, el viejo truco de la cocina para ocultar la dudosa calidad del resto de los ingredientes. La nueva política plantea la presunción de culpabilidad sobre los nuevos políticos, a los que se les audita lo que escribieron hace años, las cuotas pendientes en su comunidad de vecinos y hasta los renglones torcidos de sus exámenes de Selectividad. El resultado, mire uno donde mire, es que se considera apto al que simplemente no destaca, ni por lo bueno ni por lo malo. Un médico de Palencia se cree de pronto capacitado para diagnosticar quién tiene que ser alcalde en un ayuntamiento que nunca ha visitado y en el que los vecinos han decidido por mayoría que quieren seguir con su alcalde, imputa y desimputa a los candidatos como si también fuera juez, dice que las diputaciones tienen que desaparecer pero se hace con todas las que puede, nos da lecciones sobre las redes clientelares que genera el poder y se lo termina entregando a quienes llevan mandando 32 años. Cuesta entenderle, como si hablara leyendo la caligrafía retorcida de otro médico. En él se encarnan todas las contradicciones de la nueva política, la que se compromete con la transparencia pero mantiene la certeza de que algo se urde por detrás, la que apuesta por las redes sociales para llegar al votante sin la mediación de los periodistas pero sigue utilizándolos para sus filtraciones, la que asegura procesos internos más democráticos y termina encontrándole nuevos significados al pucherazo... Esa nueva política se ha tenido que olvidar necesariamente de las mayorías, lo que no quiere decir que apueste por el diálogo, y afronta nuevos retos que estaban ahí desde hace años pero a los que no se les había hecho demasiado caso, como el machismo, el cambio climático o la despoblación del medio rural. Con el cambio, para unos consumado y para otros invisible, no se sabe si hemos ganado más dignidad o más hipocresía. De lo que no cabe duda es que determinadas figuras se han mantenido inalterables al paso del tiempo y a la nueva política, a las mareas, las riadas, los escraches, las investigaciones, las condenas, las mociones de censura y la indignación colectiva, al desapego del votante hacia el votado. Cuando despertamos, el cacique todavía estaba aquí. No tiene nada que ver con la casta ni con las puertas giratorias: son versiones mucho más cutres. «Todos somos contingentes, sólo tú eres necesario», le decían al alcalde en ‘Amanece que no es poco’. El mercadeo de la avaricia, la ostentación y las envidias no entiende de recesiones porque son parte del ser humano. Siempre hay voluntades en oferta.
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