15/07/2022
 Actualizado a 15/07/2022
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Algunos amigos (y desde luego no se les puede denominar de otra manera) que leyeron el anterior escrito ‘Enseñar la Catedral’, me preguntaban sobre qué cosas comentaba en esas visitas. Poco papel es éste para escribir de la catedral. Más o menos media página dusponible si descontamos la ilustración. Pero algo se puede comentar.

Lo más importante es la labor de restauración. Ya comenté el hecho de que la parte que más se ve, el exterior poniente y sur es nuevecito (si así se pueden calificar cien años), se reconstruyó a finales del siglo XIX y principios del XX por su estado ruinoso, resultado de la propia fragilidad de su estructura, estilizada y afinada hasta el extremo, la calidad de la piedra de Boñar, preciosa pero mala, y de actuaciones históricas bien intencionadas pero erróneas, tal cual fue restaurar la cúpula central gótica, que se había derrumbado, con una cúpula esférica, sobrecargada posteriormente con una linterna de obra en su parte superior, obra de Churriguera, que generaba unos esfuerzos sobre la construcción gótica que ella, por su propia filosofía estructural, no podía soportar. Sigo opinando que el edificio es más una gran colección de vidrieras ahormadas por ‘un poquito’ de piedra. Precisamente ese es su valor y esa es, o al menos era, su debilidad. Y gracias, repito a la existencia del claustro, que actuó como ‘apeo’ de la parte norte y aledaños, la ruina no fue total. De esa reconstrucción se ha valorado la reposición del estilo, la piedra, la labra y muy poco se ha hecho de la reposición de las vidrieras, esas vidrieras que son una explosión cromática inigualable. Porque todo lo reconstruido las tenía, y hoy están ahí, rehechas después de un trabajo ingente.

Las vidrieras, más bien los vidrios, se conservaron… en cajas, juntas y revueltas. Varios siglos de piezas, pues en varios siglos se colocaron, guardadas en cajones de restos… vueltas a montar; un rompecabezas monstruoso felizmente recuperado.

Por cierto, quiero recordar aquí el trabajo que hizo Cayo Jesús Fernández Espino entre los años 1936 a 1939, dibujándolas en color por si la guerra las destruía, trabajo recogido en un gran libro, editado en 1982, de título evidente: ‘Las vidrieras de la Catedral de León’, así como la colección de grandes transparencias que La Crónica hizo en su anterior etapa.

Y por todo eso, hoy, ‘los puristas’ consideran que no puede ser declarada patrimonio mundial. Pues precisamente por el esfuerzo que supuso y el resultado obtenido, debería serlo. Dejará de ser un edificio sensacional, además de que los trabajos de restauración sirvieron de ejemplo para otros de catedrales españolas. Bueno, ellos se lo pierden. Sigue siendo nuestra Gran Catedral.

La esbeltez y la proporción del edificio, que engaña en la medida. Cuando llegamos a la bóveda central y miramos a su clave, vemos un florón metálico (pinjante, se llama), nos parece normal, más bien pequeño. Pues aún recuerdo una fotografía del mismo en el suelo, desprendido cuando se incendió la cubierta, en 1966 creo. Me llamó la atención: era más grande que la persona que estaba a su lado. Y parece nada.

Hay alguna cosa más que no me resisto a comentar. Por ejemplo la impresión que me hizo, de niño, la primera vez que me contaron lo ‘del topo’. Lo que son las leyendas, y todo eso que se da por real y luego resulta ser la explicación que el pueblo da a lo inexplicable. Cuando vi aquella cosa colgada allá arriba, me dije «jo, vaya bicho, debía ser antediluviano. Con ese tamaño ya podía derrumbar de noche lo que se levantaba por el día». Y tanto que grande, como que era el caparazón de una tortuga, gigante pero tortuga, que vaya usted a saber cómo llegó hasta allí. La realidad simple era que, construyendo con más buena voluntad que conocimientos (cosa normal entonces) se hacía sobre restos variados de antiguas edificaciones que llegaban hasta romanas del siglo II, más la humedad (que supongo algo tiene que ver con lo del ‘barrio húmedo’) y la piedra de Boñar, porosa y débil, lo normal y lógico es que aquello no se sostuviera.

Y luego, un paso más y estamos en la parte posterior del trascoro. Allí, a los que acompaño, les hago la misma pregunta: ¿Hay algo que os parezca raro? La respuesta siempre es, o silencio o encoger los hombros, y un ‘no’ en cualquier caso. Estamos ante una adición renacentista en el mismo medio de un puro gótico y a nadie le llama la atención. Es más. La puerta-verja de bronce está proyectada en 1913 por Manuel Cárdenas, arquitecto autor de muchos edificios de la ciudad, como por ejemplo la antigua sede de correos, art decó, que está justamente a la derecha según se sale por la puesta principal. Y es que, en verdad, a nadie le preocupa, y mucho menos le repugna, este elemento que corta la vista de la nave central, auténtico ‘chaperón’ si se mira con los ojos de aquellos tiempos, mientras, en estos tiempos, en los nuestros, todo son prevenciones y críticas a cualquier intervención, con opiniones y cortapisas muchas veces miopes y en general originadas por la mala conciencia de todo lo que se ha tirado y nunca se debió tirar.

Y más cosas aún, pero no hay espacio en esta página. Solamente un recuerdo: la pila del agua bendita, hoy fuera de uso por esto de la pandemia y los contagios. Me viene a la memoria ver en ella el reflejo del rosetón central en todo su esplendor. Solamente el vidrio, nada de la piedra. Tiempos pasados que, ¿volverán?
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