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Más cuadro que pintadas

23/03/2015
 Actualizado a 14/09/2019
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Un vecino o mejor dicho el amante –en el sentido de persona que ama o que dice que ama– de una vecina de Navatejera pinatarrajeó las calles colindantes de su amada para suplicar su perdón y volver a la buena senda conyugal. El caso es que el chaval, que eso espero que sea, un arrebato juvenil de romanticismo preprimaveral, aunque también espero que lo haya pensado bien porque para la época en la que vamos, ya se sabe, la sangre se altera, los biceps se hinchan, las faldas se acortan, etcétera. Lo cierto es que el chaval agarró el toro por los cuernos –igual ahí subyace el problema de la relación– para hacer público, aunque desde el anonimato, su constricción, su pena, su dolor de corazón, su ansía de reconciliación.

Cuando me contaron el reguero de pintadas que había sembrado desde el domicilio de la muchacha hasta donde se le acabó el spray me temí que la chica se lo fuera a tomar como el de la canción, que si por un corazón de tiza le iba a dar una paliza, si le ve hacer 14 pintadas, como poco lo desarma. Y pensé también que ya casi no se ven declaraciones de amor grandilocuentes.

No hay serenatas con riesgo de macetazo, ni pedrolos de nosecuantos quilates engarazados en oro blanco de las minas del rey Salomón, ni peticiones en estadios con 50.000 personas, ni promesas de chalets en la Sobarriba, ni tierras con su tractores para ararlas, ni mucho menos pisitos en Marbella. La economía no da y, por fortuna, eso ya quedó para las cintas de Ozores y los chistes de Arévalo.

Por mi parte, tengo que confesar que yo tampoco veo mucho romanticismo en garabatear paredes ajenas de mensajes para una mujer a la que se le ha partido el corazón. Particularmente, lo considero una invasión del espacio personal y no me sorprendería que además de condenarle a limpiar las fachadas un juez le acabe imponiendo una orden de alejamiento. Vamos, un cuadro más que una pintada.
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