Martín Garzo: "El adulto es un superviviente de aquello que vivió en su infancia"

El escritor vallisoletano regresa este jueves a León para presentar su nueva novela, ‘El árbol de los sueños’ (Galaxia Gutenberg), con la que ha visto cumplida su vieja aspiración de escribir un libro a imagen de ‘Las mil y una noches’ que llevó a la pantalla su admirado Pasolini

Joaquín Revuelta
25/11/2021
 Actualizado a 25/11/2021
Martín Garzo acude a León con su última y más ambiciosa novela, ‘El árbol de los sueños’. | MIRIAM CHACÓN (ICAL)
Martín Garzo acude a León con su última y más ambiciosa novela, ‘El árbol de los sueños’. | MIRIAM CHACÓN (ICAL)
El escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo presenta este jueves a las 19:00 horas su más reciente y tal vez ambiciosa novela, ‘El árbol de los sueños’ (Galaxia Gutenberg), con la que ha visto cumplida su vieja aspiración de hacer un libro a imagen de ‘Las mil y una noches’, ese libro de libros que ha fascinado a tantas y tantas generaciones y que el mismísimo Pasolini llevó a la gran pantalla cerrando de ese modo su célebre pero mal entendida ‘Trilogía de la vida’. Por cierto, que al director de ‘Los cuentos de Canterbury’ va dedicado este libro, que es precisamente una loa a la gran tradición oral del mundo y que este jueves se presenta en El Gran Café, un lugar especialmente querido para el autor por motivos personales. «Elegí El Gran Café para la presentación de mi novela porque me parece un lugar que de algún modo remite al León de otro tiempo. Y también un poco por afinidad con la zona en la que está», reconoce Martín Garzo, una zona próxima al hotel La Leonesa que regentaban sus abuelos maternos y que visitaba cuando de niño acompañaba a su madre en sus frecuentes viajes a León. Ese hotel aparece en la novela, convertido en casa y refugio de la mujer que cada noche les cuenta historias a sus dos hijos y que permite al escritor vallisoletano rendir un sentido homenaje a su madre y a la ciudad que conoció en su infancia.

Gustavo Martín Garzo reconoce que su madre, como todas las madres en aquella época, también le contaba historias, aunque no del modo que lo hace el personaje de ‘El árbol de los sueños’. «En aquel tiempo todavía estaban presentes muchas cosas de ese mundo popular de la oralidad, historias que contaban, canciones, romances. Mi madre lo había conocido de niña, las coplas de ciego y todo eso que ella conoció durante su infancia en León. Y eso pervivía en ella, pervivía en su memoria porque en aquellos años –ahora ha cambiado– era la mujer la que guardaba la memoria de su comunidad», sostiene el escritor vallisoletano, que reitera su madre no tiene nada que ver con el personaje de ficción que aparece en su última novela. «Mi madre se casó muy jovencita, con 20 años, y nunca hizo más salidas que las que su condición de esposa y madre le permitió. Y yo creo que lo que sí he querido, sin pretenderlo así aunque luego pensando en ello, es darle la vida que no tuvo, de alguna forma. Supongo que toda persona joven desea tener una vida abierta, una vida repleta de aventuras, llena de viajes y de encuentros sorprendentes. Es un poco lo que esperamos en la juventud, cosa que las mujeres en aquel tiempo no podían tener porque estaban muy condicionadas, primero por la familia de la que dependían y más tarde con la que ellas mismas habían formado», señala Martín Garzo.

Preguntado por lo que cree que ha aportado su actividad como psicólogo al literato, Gustavo Martín Garzo considera que ha sido al contrario. «Cuando yo ejercía de psicólogo, que dejé de hacerlo en el año 2000, siempre decía que me había servido de mucho mi afición a la literatura como medio de conocimiento del alma humana, del corazón humano. Yo creo que no hay mejor forma de adentrarse en ese territorio en gran parte desconocido que es el corazón humano, que es de lo que tratan en el fondo todas las novelas, que a través de la literatura. Es en la literatura donde está lo que de verdad somos. Y está de una manera mucho más honda y más decisiva que en los libros de psiquiatría o de psicología. Pienso que si no fui un mal psicólogo del todo fue gracias a que siempre he sido un gran lector y entonces pienso que la literatura sí que me ha aportado un conocimiento de lo que son los seres humanos que la psicología no ha llegado a ofrecer».Lo que sí he tenido ocasión de comprobar en algunas de las entrevistas a Martín Garzo que he podido leer o escuchar es su profundo conocimiento del mundo infantil, su defensa a ultranza de los niños, a los que muchos adultos, entre los que me encuentro, no comprendemos ni sabemos valorar. «Eso es cierto lo que dices. Yo creo que realmente el niño es un ser superior al adulto, pero clarísimamente. En el fondo el adulto es un superviviente de aquello que vivió en su infancia. Y aquello que fue y vivió y que hemos olvidado, que hemos perdido, porque no hay manera de recuperar la infancia por mucho que se diga y que se hable de ese niño interior, etc, etc. Siento esa atracción hacia el niño porque vive en un mundo que acaba de empezar, que acaba de nacer, entonces vive en el momento un poco del Génesis, en el momento en que el mundo fue creado. Todo es nuevo para él. Su mirada está abierta a cualquier cosa inesperada. Y el mundo es un poco esa idea tan hermosa de la que habla el gran filósofo Emilio Lledó, de ver el mundo como posibilidad. En vez de ver el mundo como un lugar cerrado, donde todo está dicho, todo está hecho, donde las cosas son lo que son y no pueden ser de otra manera, hay que tratar de recuperar esa visión de las cosas y del mundo como un lugar donde todo es posible, donde todo sigue siendo posible. Y eso es un poco la aportación de los niños. Y cuanto más pequeños mejor, la primera infancia, es decir hasta los seis o siete años, donde el niño se transforma en un creador, en un poeta, sin saberlo obviamente, y no pertenece enteramente ni siquiera al mundo de lo humano. Un niño de dos o tres años no es exactamente un ser humano, es otra cosa», sostiene el autor de ‘El lenguaje de las fuentes’, para quien el niño pertenece en realidad a un mundo anterior, «al mundo de la naturaleza que le permite vivir en comunicación con las cosas y por lo tanto tiene muchísimas cosas que enseñarnos solamente con mirarlos».‘Que la inspiración me pille trabajando’ es una frase muy socorrida por los creadores, que en el caso de Gustavo Martín Garzo se ha dado de una manera muy especial mientras redactaba las 480 páginas de ‘El árbol de los sueños’, pues como ha llegado a decir siempre tuvo la sensación de estar escribiendo al dictado de su otro yo. «Eso tiene mucho que ver también con aquella frase tan conocida del poeta Rimbaud cuando dice: ‘Yo soy otro’. Hay otro en nosotros. Otro desconocido, otro que aparece en momentos digamos esenciales de nuestra vida y entonces yo creo que conectar con ese otro que somos es un poco la tarea del escritor. Y una vez que has conectado es simplemente tomar nota de las cosas que te cuenta, las cosas que dice y que hace. En el fondo mis libros los he escrito un poco así, sin saber muy bien qué libro estaba escribiendo. En ‘El árbol de los sueños’ ha sido así desde el principio y de una manera sorprendente. El libro está lleno de historias y ninguna de esas historias yo sabía cuál iba a ser su desarrollo cuando empezaba a escribirla. De pronto empezaba a escribir una historia a partir de una frase, una imagen, pero no sabía cómo iba a terminar. Me ponía a escribir y te puedo decir literal que se iba escribiendo sola y me llevaba a un final muchas veces completamente inesperado para mí y en ese final inesperado siempre había, por decirlo así, como una puerta que me llevaba a una historia nueva, y esa historia nueva me ponía a escribirla sin saber qué historia era. Es como si fuera el primer lector de esa historia. Y todo ha sido así. Continuar, continuar. De vez en cuando me paraba, porque el proceso ha sido largo, he estado tres años escribiendo este libro, pero a la vez estaba como asombrado de haber descubierto como un manantial que no dejaba de manar historias. Me sentía como en un lugar encantado, por decirlo así, en ese mundo de la posibilidad del que te hablaba antes».

Gustavo Martín Garzo ha dedicado el libro al poeta y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, pues el cine es la otra gran pasión del vallisoletano. Le pregunto qué no ha encontrado en las herramientas puramente cinematográficas para contar sus historias. «Lo he intentado alguna vez, pero no he encontrado la manera de acercarme a ese mundo. Como espectador sí, porque no hago más que ver películas. Pero el cine es un mundo complicado porque necesitas una base técnica, es un trabajo como de equipo, necesitas controlar muchas cosas, una producción. Hay todo un mundo técnico alrededor del cine que yo no he sabido encontrar la puerta que me ha permitido estar en él. Y bien que lo lamento porque a mí me habría encantado dirigir películas. El cine para mí es por lo menos tan importante como la literatura y casi te podría decir que en muchos momentos es hasta más importante», confiesa Martín Garzo, que a mediados de los setenta fue uno de los privilegiados espectadores que pudo asistir al primer pase en España de ‘La naranja mecánica’ de Stanley Kubrick en el marco de la Semana de Cine de Valladolid y que ha sido recogido por el documental ‘La naranja prohibida’ que se estrena a primeros de diciembre en el canal TCM. Aún reconociendo la impresión que su visión le provocó en su día, el escritor vallisoletano confiesa que no le gusta. «Desde el punto de vista formal es muy brillante, como todo el cine de Kubrick, pero es una película como muy simple y que desde mi humilde punto de vista no aporta gran cosa», sostiene Martín Garzo, que muestra mayor interés por ‘El resplandor’ y todavía más por ‘Eyes wide shut’, aunque en realidad Kubrick no es un director por el que sienta un especial aprecio. «En general no me gusta mucho porque, aunque formalmente es un cine de una belleza y una fuerza impresionantes, la visión que tiene Kubrick del género humano es demoledora. Es alguien que no ve más que degradación. Una película tan bella como ‘Barry Lyndon’ tiene como protagonista a un ser verdaderamente odioso. Hay una especie de simplicidad en el fondo del cine de Kubrick que a mí no me gusta. Prefiero mil veces a Pasolini, en cuyo cine hay muchas cosas. Cuando ves ‘La trilogía de la vida’ ves ese canto a la sacralidad del cuerpo humano rebelándose contra esta sociedad que ha transformado el cuerpo como un objeto de consumo».
Archivado en
Lo más leído