Marranos

31/03/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Tal día como hoy, un 31 de marzo de 1492 los Reyes Católicos, en plena cruzada religiosa, firman en Granada un edicto que obliga a los judíos habitantes de sus tierras a convertirse al cristianismo o a abandonar dicho reino, dando lugar a la entidad sefardí. Diez años más tarde los hechos se repiten con la comunidad musulmana, obligada a profesar el cristianismo bajo pena de expulsión y que, a la postre, dio lugar al término morisco.

Como quiera que la impronta leonesa adapta los hechos históricos a su carácter, podemos situar el origen de la expresión matar judíos en este contexto histórico, si bien es cierto que esto no genera gran consenso entre historiadores, que presentan varias teorías sobre el origen de tan morbosa tradición. En este caso, y de la misma manera que en la Batalla de Clavijo, donde lo que se contó multiplicaba exponencialmente lo que sucedió con el noble propósito de que la leyenda mantuviera a raya a los enemigos de Santiago Matamoros, yo me acojo a la teoría más adornada. Nos cuenta el escritor Victoriano Cremer en su libro ‘León insólito, ayer y hoy’, de la editorial Everest, que «cuando la plebe se llenaba del vino tremendo de los figones de la plaza de Don Gutierre, se dejaban caer en bandas justicieras por las calles de Misericordia o por la Travesía de la Cruz, a la caza de judíos noctámbulos». Lo más curioso de la historia es como la oportunista nobleza leonesa, supo unir el sentimiento religioso de la época, recordar que son los judíos los acusados de la muerte de Jesucristo, con sus codiciosos intereses. De ahí que la tradición nos cuente como el día de Jueves Santo el noble leonés Suero de Quiñones, ahogado por las deudas con los hebreos, exalta a una plebe envalentonada por el vino para atacar la aljama de Puente Castro, haciendo que los judíos huyan y se escondan por toda la ciudad, que en aquella época alcanzaba poco más de lo que hoy conocemos como casco histórico.

De esta combinación de economía y sociología nace una tradición que, sin ser políticamente correcta, y más en estos tiempos, une a los leoneses ante la limonada, un vino rebajado del que cuanto más bebes mejor sabe, no por calidad del producto, sino porque el exceso de licor duerme los sentidos. Finalmente, el término marranos, extraño título de la columna que ha servido de gancho para que llegues hasta aquí, es el nombre por el que se conocía a los no pocos judeoconversos que guardaban la tradición en la intimidad, esquivando así la expulsión del reino o la leña de los nobles leoneses.
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