19/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Para Pessoa, la Humanidad se reducía a un conjunto de vegetales humanos que heredamos sin querer la filosofía griega, el derecho romano, la moral cristiana y el resto de ilusiones que conforman esta civilización en la que respiramos y sentimos. Los romanos tenían distintos conceptos del poder en función del grado y de su fuente. Distinguían la ‘auctoritas’ de la ‘potestas’. Aquella encontraba su fuerza en el prestigio moral y sabiduría de una persona, en esta el poder emanaba de la propia estructura del Estado. Por encima de ambas se encontraba el ‘imperium’, una especie de poder absoluto de las más altas magistraturas, que incluía el poder militar y también la posibilidad de recibir augurios, es decir, de interpretar la voluntad divina.

A esta división y secuencia de poder, la aportación de los recientes siglos ha sido la de los guardias de seguridad y los vigilantes de exposiciones y eventos quienes, careciendo de autoridad moral y de la ‘potestas’ de un poder expresamente atribuido, viven en ese limbo del quiero y no puedo, terreno fértil para múltiples complejos de inferioridad y sueños de imperios.

Ciertamente las mariposas existían ya antes de los romanos y desde siempre han despertado fascinación en quien las contempla, así como provoca asombro su metamorfosis de crisálida a ser alado. Las mariposas tienen algo de eternidad e instante y el leve colorido de sus alas da la medida de fugacidad de toda belleza. A mi hijo León le maravillan las mariposas, es auténtica pasión, es grito de descubrimiento, triunfo y alegría cada vez que divisa una de ellas, ya sea en el rótulo de un comercio, en un cuento ilustrado o en el estampado de una bolsa de una mujer que pasa. Por esta pasión suya hemos visitado en varias ocasiones una exposición de mariposas virtuales en la Fundación Telefónica. Qué júbilo ver al niño que apenas se sostiene haciendo nacer mariposas de sus manos, sobre las paredes. Qué lástima, que los vigilantesno lo entendieran así –sorprenderse es la delicia vedada al futbolista, decía Ortega– y en cada una de estas visitas rozaran el acoso: no pierda al niño, no olvide el carro, le invitamos a que se vayan de aquí. Qué pánico imaginar que esta gente llegara a tener auténtico poder. Capullos que encierran dentro de sí a un tirano.

Y la semana que viene hablaremos de León.
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