Mario Gas: "No vamos a mostrar a un Calígula patológico"

El director teatral propone una revisión actual del célebre texto de Albert Camus que este miércoles llega al Auditorio de León con el actor Pablo Derqui en el papel principal

Emilio L. Castellanos
18/10/2017
 Actualizado a 12/09/2019
La puesta en escena de ‘Calígula’ es contemporánea, por expreso deseo del autor Albert Camus. | DAVID RUANO
La puesta en escena de ‘Calígula’ es contemporánea, por expreso deseo del autor Albert Camus. | DAVID RUANO
«Los hombres mueren y no son felices». Esta frase, pronunciada por su protagonista, constituye el eje sobre el que irá desenvolviéndose el ‘Calígula’ de Albert Camus, obra que, estrenada en 1945, se inscribe en el denominado ciclo del absurdo del autor francés y que ha acabado convirtiéndose en un icono del teatro del siglo XX. «Obsesionado con la búsqueda de lo absoluto, envenenado de desprecio y horror, intenta ejercer, a través del asesinato y la perversión sistemática de todos los valores, una libertad que finalmente descubre que no es buena. Rechaza la amistad y el amor, la solidaridad humana sencilla, el bien y el mal. Toma la palabra a los que le rodean, les empuja hacia la lógica, nivela todo lo que está a su alrededor por la fuerza de su negativa y por la furia de la destrucción que conduce su pasión por la vida». Son palabras del propio Camus para caracterizar a un personaje detallado en matices y provisto de toda clase de aristas que encuentra en la destrucción del otro uno de sus principales argumentos. «Pero, suponiendo que la verdad sea rebelarse contra el destino, su error (de Calígula) consiste en negar a los hombres. No se puede destruir todo sin destruirse a sí mismo. Por eso Calígula desaloja a todos los que le rodean y, fiel a su lógica, hace lo necesario para armar a aquellos que finalmente lo asesinarán. Calígula es la historia de un suicidio superior. Es la historia del más humano y más trágico de los errores. Infiel a los seres humanos debido a la excesiva lealtad a uno mismo, Calígula consiente en morir después de darse cuenta de que no se puede salvar solo y que nadie puede ser libre si es en contra de otros».

‘Calígula’ es una obra repleta de alicientes, y también de dificultades y complejidades, para cualquier director teatral. Las versiones españolas más reputadas llevan la firma del inolvidable José Tamayo, una de las cuales, la protagonizada por el exclusivo José María Rodero, ha sido consagrada como la mejor. Quizás por el aliento que le proporcionaba su protagonista (que también se dejó dirigir en otra adaptación por Luis Balaguer), uno de los habitantes más destacados del Olimpo actoral nacional y al que el teatro le debe toda suerte de reverencias. Ha habido otros Calígulas, como Imanol Arias o Luis Merlo (ante el que un Emperador abarrotado se rindió en su momento hace ya más de veinte años), pero ninguno ha conseguido desprenderse de la sombra tan alargada del inigualable Rodero, que también interpretó al déspota emperador romano en la televisión (medio que nuevamente hincó el diente a la pieza de Camus con Eloy de la Iglesia a los mandos y Roger Pera abriendo el reparto) bajo la dirección de Jaime Azpilicueta.

Mario Gas es el responsable de la última incursión del teatro español al texto de Camus. Su espectáculo se estrenó en verano pasado en el Festival de Teatro de Mérida y luego anduvo fogueándose en Barcelona antes de emprender la gira que hoy hace escala en el Auditorio ‘Ciudad de León’ (21 horas; entradas a 26 euros). Gas, sin duda alguna uno de los profesionales que mayores y mejores contribuciones ha hecho a la escena nacional más reciente, considera que ‘Calígula’ es «un texto singular y turbador. No se trata ya de la descripción de un tirano y de las consecuencias que sus acciones provocan en sus súbditos. Hay más. Mucho más. Un texto existencial y políticamente incorrecto que sigue arrastrando sus preguntas hasta ahora mismo, al borde de la actualidad».

Una escenografía inclinada, obra de Paco Azorín e inspirada en la arquitectura fascista italiana, sirve de marco a una función a través de la cual Mario Gas indaga en las particularidades del personaje y recalca la vigencia de la obra de Camus. «Gobernar es robar. Todo el mundo lo sabe», grita Calígula, una frase que podría brotar de cualquier garganta ahora mismo. «El amor y su imposibilidad, el paso del tiempo, el asesinato, todo un mundo de atroces y convulsas acciones que desembocan en la autodestrucción están presentes en este extraño y atrayente texto teatral», añade Mario Gas a propósito de este montaje del que desvela también las muchas claves y referencias que contiene. «Los caminos erróneos del poder, la escritura torcida, los caracteres que se quiebran, la honestidad aparente contra la locura destructora cobran vida como expresión de la nada, del helor que produce existir sabiéndose finito e infeliz; el sufrimiento incomprensible, el abismo existencial, la arbitrariedad más brutal contra una casta corrupta, el disolvente feroz de un monarca castigador que persigue hasta las últimas consecuencias lo imposible, la luna... Y la búsqueda implacable del verdugo, verdugo que deberá acabar con su vida».

El texto de Camus es de tal exigencia que requiere de un actor superdotado en lo emocional y también en los físico para encarnar a Calígula. Gas se decantó por un semidesconocido Pablo Derqui, con el que ya había trabajado en su versión de ‘La muerte de un viajante’. El se pone en la piel del protagonista y, a la vista de los elogios que ha recibido, la hace suya. «Calígula se da cuenta de que nada dura, de que vivimos en una mentira, de que todo es futil y pasajero... Está decepcionado con la vida», ha declarado este actor catalán,de dilatada trayectoria, que comparte escenario con Borja Espinosa, Mónica López, Bernat Quintana, Xavier Ripoll, Pep Ferrer, Pep Molina, Anabel Moreno y Ricardo Moya.

Camus no quería que la obra se representara bajo ambientación ‘romana’. Gas acepta sus deseos y dota al montaje de un ambiente contemporáneo, casi extemperoráneo, para enmarcar una puesta en escena basada sobre todo en la acción de los actores y en el que no faltan las sorpresas, como la que proporciona una escena con Calígula a ritmo de ‘Let’s dance’. «No vamos a mostrar a un Calígula patológico, enfermo, loco... Porque eso sería un eximente de la maldad con la que Calígula opera. Desde la lucidez, el nihilismo y el afán por ir por el lado equivocado, llegamos a la destrucción y a crear un monstruo que la sociedad ha de eliminar para poder sobrevivir», dice Gas.
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