Marie Hereuse

En Nueva Delhi el profesor francés Jean Louis Lecomte conocerá mejor a Marie y adquirirán juntos conocimientos singulares

Rubén G. Robles
21/08/2020
 Actualizado a 21/08/2020
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–¿Es seguro el sitio al que vamos, es seguro Cachemira? –preguntó Jean Louis.                                                                           –No, no hay un sitio menos seguro en toda la India, se lo puedo asegurar -se adelantaba a cualquier apreciación que pudiera hacerle el profesor.
–¿Y es necesario que vayamos allí? –insistió.
–Hemos venido a Delhi porque hay que llegar a Cachemira –le dijo Marie.

La lluvia comenzó a caer en tromba sin aviso, el cielo era un abismo. Pasaban por delante del coche en el que iban las sombras oscuras de los habitantes del mercado, corriendo en todas direcciones sin saber dónde huir.
–Nos vamos a alojar en una de sus casas –le dijo Marie-, la casa de Idris en Vasant Vihar, B Block, recuérdalo, Vasant Vihar B Block, Nunca se sabe, es mejor que lo recuerdes –sonreía Marie mientras lo decía, como si conociera ciertos secretos de la ciudad que era mejor que él descubriera por sí mismo.
–De acuerdo –respondió él.
–Idris es muy amable, nos ha invitado a su disco-bar, ha organizado una fiesta. El lugar te va a encantar -parecía emocionada.
El profesor sonrió, no supo qué decir.
–Es de lo mejor de Delhi, lo pasaremos bien.

Marie sonaba atrevida y llena de una extraña sabiduría erótica mientras Jean Louis parecía despertar a una realidad que desconocía por completo de la India, su nada espiritual vida nocturna y la naturaleza sensual y provocativa de Marie.

Llegaron en una hora a la que sería su casa. Era un bloque de cuatro plantas, blanco, cuadrado, de aspecto macizo, sin ornamentos que pudieran distinguirse desde el exterior. Se accedía por un estrecho espacio cerrado entre edificios rodeado con una verja de hierro pintada de verde, algo descolorida y muy desgastada en los extremos acabados en punta de metal. Tenía las bisagras oxidadas y hacía ruido al abrir y cerrar.

El pequeño conductor les llevó las maletas hasta la segunda planta. A pesar de su aspecto tenía unos brazos fibrosos que exhibían su musculatura con el esfuerzo. Dejó las maletas a la puerta y se fue silencioso, agitando la cabeza hacia los lados y uniendo las manos en reverencia amistosa. Idris les dio la llave y se retiró con su chófer. Cuando aún estaba en la escalera se dio la vuelta y se dirigió a Marie.
–La bomba de agua ha estado funcionando desde por la mañana. Supongo que tendréis agua suficiente.
–Gracias –le dijo Marie.
–Nos vemos esta noche. Namasté amigos.

Hizo el mismo gesto amable con las manos, el mismo gesto con el que se saludan al verse los habitantes de la ciudad.

Cuando abrieron la puerta vieron el salón, con un armario escuálido, las sombras de una cocina y un dormitorio sin puerta. Desde donde estaban se veía una solitaria cama matrimonial.
–Tendremos que compartirla  -dijo el profesor de manera natural, sin ocultar su alegría. Ella pareció aceptar la situación de manera natural y relajada.
–No nos vendrá mal darnos una ducha–dijo Jean Louis al ver el baño.
–Sí, pero déjame que ponga algo de música- Marie correteó jovial y descalza por el suelo de terrazo del salón.

Una melodía lenta y apetecible comenzó a sobrevolar la casa.
–Kal ho Naa ho, Maahi ve –dijo Marie-. Esto arrasó hace unos años.

Se acercó a Jean Louis invitándole a bailar. Apartó un par de sillas como para ampliar la sala y se acercó de nuevo al profesor pidiendo que le colocara las manos en la cintura.
Marie superaba en altura a Jean Louis. El rostro del profesor reposaba sobre el pecho aromático y cremoso de ella y le iba llevando entre la brisa y suavidad de sus brazos hacia un baño sin puertas. Sus cuerpos se acariciaban, Jean Louis sintió sobre su rostro la abundancia y firmeza de los pechos de Marie.  Procuraron seguir el ritmo de la música.

El baño era un espacio amplio y diáfano, sin obstáculos, salvo por la presencia aséptica del inodoro, un lavabo y el suelo de la ducha sobre el que asomaba una alcachofa  algo escuálida. Marie le besó en los labios con una naturalidad  amistosa, como anunciando el preámbulo de algo más íntimo y carnal. Se acercaron a la ducha y Marie abrió el grifo. Jean Louis soltó el cinturón con un movimiento ágil, dejó caer los pantalones y se adelantó, ocupando por derecho el lugar principal bajo el tímido chorro de agua. Desde aquella lluvia fresca e intermitente del agua, Jean Louis asistió al desnudo de Marie junto a la puerta. Ella estiró los brazos como una contorsionista buscando el broche del sujetador siguiendo con sus dedos las tiras elásticas. Era una prenda diminuta, blanquísima, deformada por la erección de sus íntimas puntas. Al liberarse de aquella arquitectura de alambres, elásticos y telas, aparecieron endurecidas, sin rastro alguno de la cirugía, dos tetas redondas.

La erección de Jean Louis siguió en aumento. Marie se acarició el piercing del ombligo, que parecía una campanilla. Jugueteaba con las tiras laterales de unas braguitas sin muchos detalles que cubrían un triángulo púbico sin aristas, sosteniéndose la prenda en un equilibrio hermoso sobre el diminuto apoyo de las caderas.

El profesor se había deleitado en la contemplación de aquella visión y se acarició con lenta fruición bajo el agua. Su miembro priápico y sin vergüenza, se exhibía del resto de su figura. Marie se acercó sonriente y lujuriante desde su posición de exhibicionista, sin ropa, desprovista de las prendas, más libre y más ligera. Llegaba la música hasta el baño. Acarició con una mano la endurecida punta del miembro de Jean Louis y la guió  hacia sí. Se giró para apoyarse en la pared de la ducha y volvió la cabeza para mirar al profesor. La música de Kal Ho Naa Ho continuaba construyendo en el salón una fiesta.
Aja Aja Maahi Ve…
That’s the way
Maahi Ve…

El profesor se acercó a Marie, que al sentir a Jean Louis, cerró los ojos bajo la delicada escurridura del agua que iba mojándoles tibia y tímida las cabezas. Jean Louis se comenzó a mover suave, como poseído del calor, los aromas de la lluvia y el peso de las masas de nubes que podía sentir descargando sobre el otro lado de la calle, del mundo, de aquel instante único en el que el sexo parecía amor.

Cuando Jean Louis llegó al clímax Marie siguió agitándose más dulce, más despacio, con el ritmo de la música en las caderas, una música suave que se había vuelto más íntima, más lenta. Cuando ella decidió que estaba satisfecha continuó con su aseo, bajo el hilo escuálido de agua.
–¿Has terminado? -le preguntó a Jean Louis.
–Sí -respondió el profesor mientras se frotaba con el jabón de manos el miembro grávido, pero crecido y grueso aún.
–Pues sal, vamos, ¡fuera!
–No.
–Venga, déjame, me apetece ducharme sola.
–Y a mí verte cómo lo haces.
–Pues quédate pero no molestes.

Como si nada hubiera sucedido, ella se enjabonó los brazos. Sonreía sin mirar a Jean Louis, que se había entregado de nuevo a la misma tarea, empujando divertido a Marie para que le cediera otra vez el puesto bajo el agua.
–Quieto… pero… ¡serás canalla!

Las risas divertidas de aquella pareja joven, al natural y desenfadada, se podían escuchar fuera de la casa, subiendo por la caja de la escalera  y las plantas del edificio en el que se había refugiado del calor dulzón de la ciudad.
–Tenemos que prepararnos, en media hora hemos quedado con Idris. Bajará para recogernos y llevarnos a su fiesta.
Marie se secó con una toalla diminuta y rebuscó con rapidez algo de ropa en la maleta. Llegó el coche de Idris y les recogió. El tráfico fue menos caótico, y llegaron en unos minutos al barrio del Lodi Garden, el barrio donde se encontraba el local.
–Dentro estaremos a salvo, está climatizado. Idris sabe cómo preparar una fiesta.
–Profesor, venga- le dijo Idris.

Le cogió de la mano en amistosa intimidad.
–Estas son mis amigas, han venido a conocerle –dijo sonriendo.

Eran tres bellezas locales, morenas, de larga cabellera, sonrisas con hoyuelos y formas redondas.

Pronto estuvieron bailando en la pista. Después de una hora Jean Louis volvió a mirar por ver si encontraba a Marie. Había desparecido, ni rastro de ella en la fiesta. Sonaba Adagio of strings de DJ Tiesto con variaciones orientales sobre la pieza de tecno original.

Fueron desapareciendo de la sala todos los invitados. Jean Louis preguntó a uno de los camareros dónde podía encontrar un taxi. Salió a la calle y le recibió con rigor el sudor de la noche y la ciudad llena de las luces temblonas de los puestos de fruta mientras las personas de la fiesta regresaban a sus casas escondidas en los restos de la ciudad.

Subió a un taxi, le dio la dirección y después de unos minutos llegaron a la casa. Salió del vehículo, abrió la verja y subió las escaleras. Sonaba en las calles el ruido de las bombas de agua llenando los depósitos sedientos de las casas. Llamó a la puerta. No había nadie. Tendría que esperar. Se sentó en la escalera esperando verla llegar desde la calle. Pasaron cuarenta minutos. Pensó en irse a un hotel. Entonces, oyó la puerta del apartamento de la otra planta cerrarse y vio bajar a Marie, los zapatos en la mano, descalza, bajando de puntillas las escaleras, el pelo desordenado, vistiendo los restos de la noche con poca elegancia, el dedo en la boca, pidiendo silencio, algo bebida, se movía hacia los lados con poca gracia. Buscó en el bolso, pero se dio cuenta de que llevaba las llaves en la mano y abrió.
–Entra -le dijo.

Jean Louis no se atrevió a decirle nada. Ella tenía la frente perlada y despedía el aroma a mujer satisfecha y a sexo con amor.
–Vete a dormir -le dijo.

Jean Louis no dijo nada. Se dirigió a la habitación y vio una acuarela de París justo en uno de los lados de la entrada.
–Viví en Delhi cinco años ¿Te crees que es fácil para una occidental vivir sola aquí? –le dijo ella.

El silencio se tiñó de cierta tristeza. Él siguió contemplando aquella imagen.
–Una tiene que hacer ciertas concesiones si quiere tener alguna posibilidad de sobrevivir -apenas se sostenía.

Jean Louis se giró y dio unos pasos hacia Marie.
–¿Qué te creías? -le miraba pidiéndole que dijera algo.
–¿Te crees que todo lo que nos han proporcionado hasta ahora y lo que vas a ver es gratis?

Jean Louis volvió a mirar la acuarela, era un trozo de una casa, una columna vertical de ventanas sucediéndose en alturas, unas sobre otras. Era una estrecha franja, una columna compuesta de una puerta, frisos marcando las alturas, molduras, ventanas viejas, estrechas y altas y en el remate del tejado de pizarra, una buhardilla con una ventana mansarda.
–¿Lo trajiste tú? –dijo Jean Louis como si nada de lo que le hubiera dicho importara.

Escucharon ambos detenerse un silencio en medio de la sala.
–Te pido que me digas algo y ¿eso es lo único que se te ocurre? De verdad… no sé.
–¿Lo trajiste tú? -insistió.
–Sí, yo lo traje, es mío, ¿es eso lo que querías oír? -dijo ella.
–Es preciosa. Es… -comenzó a decir Jean Louis.

Ella se detuvo y escuchó.
–La persona que creó esa franja estrecha en base a la combinación original de tan escasos elementos tiene la habilidad del genio al captar en una grieta la intensidad de una ciudad donde es una experiencia artística la vida.

Ella se mantuvo en silencio.
–Ahí se concentra de manera genial una forma de ver.

Ella abrió los ojos con intensidad.
–¿Es París? -preguntó él.

Ella recorrió descalza, sobre el suelo frío de baldosas de la sala, los dos metros que les separaba. Se abrazó a él, buscó sus labios y le besó. Cruzó los brazos por detrás del cuello de Jean Louis, con los zapatos por detrás de la nuca. Jean Louis podía oler, saborear, el aroma aún cálido y suave de una mujer sexualmente satisfecha. La abrazó y se dejó besar y sintió aún su carne atravesada por el placer.

En la próxima entrega Jean Louis Lecomte visitará el Museo Nacional de Nueva Delhi y concertará una cita con el profesor Hassnain.
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