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Mariano, sé fuerte

03/06/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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Los gamberros de Muchachada Nui se preguntaban por qué en este país, en este idioma, se están perdiendo expresiones tan necesarias como falda-pantalón o merienda-cena. El que fuera presidente del Gobierno recuperó este último concepto el pasado jueves, mientras en el Congreso de los Diputados se debatía sobre el futuro de la nación en general y el suyo en particular, y le dio una vuelta de tuerca: creó la comida-merienda-cena, según lo definió Íñigo Domínguez en El País, que debió de pasarse la tarde entera esperando a la puerta del restaurante Arahy que, para completar el guión de Berlanga, significa «cambio» en indio. Marta García Aller se preguntaba en El Independiente cómo Rajoy le iba a explicar la situación al Financial Times si en inglés no existe la palabra sobremesa, y la verdad es que, aunque existiera, lo suyo era una plusmarca en toda regla, una comida-merienda-cena que deja muy atrás la clásica leyenda del marido que bajó a por tabaco y nunca volvió y también las modernas tendencias del brunch o el café-torero. La escena recuerda inevitablemente a la delirante novela de Rodrigo Cota ‘El inaudito secuestro de Mariano Rajoy en la plaza de toros de Pontevedra consumado por el borracho Tito Nogales que encerró al presidente en un zulo hasta que su padre se enteró y vendió al prisionero a una banda de albaneses. Incluye desenlace’, un libro que hoy permite mejor que ninguna crónica periodística imaginarse cómo pasará a ser el día a día del registrador de la propiedad más famoso de España, ahora que empieza el Mundial y que falta poco para que eche a rodar la serpiente multicolor por los puertos franceses. Por cosas así, algunos temían que en España se produjera en los próximos días un violento enfrentamiento entre analistas políticos y seleccionadores nacionales de fútbol, pero en este país se dan las dos figuras en casi todos los contribuyentes, así que seguiremos dando la razón al que paga la ronda y echándole la culpa al ausente. Lo más sorprendente de lo que ha pasado esta semana es que Rajoy, que ha demostrado maestría en el arte de manejar los tiempos, incluso la capacidad de pararlo cuando a él le interesaba, no tuviera prevista la forma de contrarrestar la previsible sentencia del caso Gürtel. No se puede decir que fuera un juicio precisamente rápido, ya que lo único rápido ha sido la salida de la cárcel de varios de los condenados, a los que, para borrar la esperanza de quienes pensaron que en este país la corrupción ya no estaba amparada ni por los jueces ni por las urnas, no han vuelto a detener por la facilidad con la que han reunido el dinero de sus respectivas fianzas. Nos quedará simplemente el recuerdo de su ingreso en prisión, que podemos guardar en la estantería de los horrores con el álbum de la boda de Ana Aznar, del que la policía sacó las fotografías de los principales sospechosos. Como la política es una partida de ajedrez que se juega simultáneamente en varios tableros y, cuando se caen de un puñetazo todas las piezas en Madrid, a las provincias nos llega en forma de dominó, en el próximo juicio, la siguiente temporada de la serie Gürtel, veremos las imágenes de un empresario para el que la Audiencia Nacional pide siete años de cárcel pero con el que, aquí, políticos de todos los colores y hasta jueces acostumbran a fotografiarse sonrientes, y no precisamente porque les haga gracia, sino porque les da miedo. Para los conspiranoicos quedará el análisis de por qué la sentencia se hizo pública al día siguiente de que se aprobaran los Presupuestos Generales del Estado, esos que ahora tienen que ejecutar quienes los rechazaron en una histórica comida-merienda-cena con carnívoros, vegetarianos y, sobre todo, mucho omnívoro de la política, una bacanal no apta para alérgicos como yo y que no va a ser capaz de digerir ni el mismísimo inventor del título de la capitalidad española de la gastronomía.
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