‘Marcelino, pan y vino’ y muebles Gago

Por José Javier Carrasco

José Javier Carrasco
17/05/2022
 Actualizado a 17/05/2022
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Para Domènec Font, autor de ‘Del azul al verde. El cine español durante el franquismo’, el único mérito de ese periodo histórico habría sido el de la fabricación del niño-tonto, encarnado por el personaje de ‘Marcelino pan y vino’, protagonizado por Pablito Calvo, que abriría el filón de otras películas por el estilo. Dirigida por Ladislao Vajda, un exiliado húngaro, y estrenada en 1955, adaptando la novela del sacerdote Sánchez Silva, la película sería precursora de las protagonizadas por Joselito o Marisol. En ese mismo año, organizado por el cine club del SEU y los directores generales de Enseñanza Universitaria y Cinematográfica se celebraron en la ciudad de Salamanca las I Conferencias Cinematográficas, en las que participa entre otros Juan Antonio Bardem que dibuja un cuadro pesimista de la realidad cinematográfica patria, tanto en el pasado como en el presente: el cine español sería políticamente ineficaz, socialmente falso, de calidad ínfima, tanto intelectual como estéticamente y, por fin, una industria infradesarrollada. Los participantes del encuentro de Salamanca "burgueses falangistas, católicos o ‘marxistas’ no hacían más que preparar el terreno para la alta burguesía surgida con el Plan de Estabilización mediante una política cinematográfica perfectamente estructurada". Domènec Font lo tenía claro.

En 1989, a la vuelta de mi segundo intento de buscarme la vida en Madrid, entré a trabajar como mozo en la mueblería Gago. Mis ocupaciones se reducían a pasar un plumero por los muebles, o ayudar al dueño a desembalar y colocar los pedidos que llegaban, y si entraban nuevos clientes, cuando el propietario estaba con alguien, entretenerles, hasta que mi jefe les pudiera atender como se merecían, mostrándoles los sofás y muebles ingleses, principalmente mesas y sillas de comedor, más algunas cómodas, repartidos por la tienda. Un día, en el que yo languidecía mirando pasar la gente, calle la Rúa arriba y abajo, el dueño me indicó que le acompañase. Me condujo a la boardilla del edificio. Allí pidió que primero limpiase dos sillones antiguos y los bajara después. Al dejarme solo curioseé a la espera de algo interesante. Descubrí mucho más de lo que esperaba encontrar, una cruz con un Cristo de tamaño como el de la película de Vajda. Toda una sorpresa.

He visto de nuevo ‘Marcelino, pan y vino’. Me ha desconcertado encontrar un Fernando Rey muy joven haciendo el papel de fraile franciscano – lo había olvidado – bajo una tonsura, que como las barbas del resto de frailes que aparecen en la película, forma parte de un atrezo mejorable. La interpretación de Pablito Calvo sí que tiene algo de niño si no tonto al menos pasmado, mostrando en algunos planos una sonrisa lela, pero también con buenos momentos, sobre todo la conmovedora espontaneidad de sus reacciones en las escenas de la boardilla, en los que logra trasmitir el candor de su personaje, la de un huérfano cuyo mayor deseo es encontrarse con su madre, aunque para eso deba antes, como le dice ese nuevo amigo crucificado, dormirse. El largo sueño sin retorno de la muerte.
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