21/01/2018
 Actualizado a 13/09/2019
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El 21 de enero de 1918, hace cien años, nacía en la localidad soriana de La Rasa Marcelino Camacho, que fue dirigente más que notable de Comisiones Obreras y del Partido Comunista de España. Para resaltar ese centenario ocupa el título y el contenido de esta columna, pero también porque en la época actual, revisionista y huérfana, bien está devolver a la actualidad nombres que fueron, y deben seguir siéndolo, de referencia. Nombres que no pueden ser reescritos porque resuenan constantemente en la historia.

Nunca es fácil referirse a figuras históricas sin caer en lugares comunes, sobre todo cuando se trata de esos aniversarios convertidos casi en un espacio artificial de comunión obligatoria. Más todavía cuando el personaje, como ocurría con este sindicalista, no se volvía vulgar al bajarse del escenario, sino que prolongaba en las distancias cortas el eco de sus actuaciones hasta contagiárnoslas como si tal cosa. Porque lo cierto es que Camacho perteneció a una especie que se extingue, la de aquello que ya no se lleva, y precisamente por eso su memoria es mucho más que un analgésico y se convierte en el mejor antídoto contra la enfermedad de los tiempos presentes, es decir, contra la desdicha insolidaria. Modestamente, creo que esto sí debe destacarse en la ocasión y que, con humildad, es lo que él hubiera querido.

Con todo, lo más importante en esta fecha es que lo suyo, su peripecia personal y política, supone, más que el testimonio de un pasado respetable, toda una pauta de futuro. Nociones que hoy los más reaccionarios tachan despectivamente como viejas vuelven a releerse y a actualizarse en su biografía, de modo que nos advierten del verdadero sentido de la historia y de su auténtico motor de cambio: los seres humanos. Por esa razón, inolvidable ha de sernos su deseo de ser recordado como «un ser humano que dedicó una gran parte de su vida a que, por el hecho de nacer, tengamos la vida asegurada, con pleno empleo, con justicia social, con libertad y con igualdad».
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