marta-del-riego-webb.jpg

Manual para madres que no saben abrir puertas

16/09/2022
 Actualizado a 16/09/2022
Guardar
¡Mamáaaaa, pesadilla! 4:15 de la mañana, me levanto como una zombie de alma negra que odia a su hijo en ese momento. Y como una zombie me dirijo a abrir la puerta del dormitorio de Pequeño Zar. Voooy, digo empujando el picaporte. No se abre. Pruebo otra vez. Sigue sin abrirse. Aprieto con fuerza. Nada. Lo hago con suavidad, sin éxito. ¿Mamáaaaaa, qué pasa? Está un poco dura la puerta. La empujo hacia mí. Nada. Voy a por el destornillador y quieto los tornillines del picaporte hasta que me quedo con él en la mano. Contemplo el agujero. Pienso, y esto, de qué sirve. ¿Y si ahora no puedo volver a ponerlo? Lo atornillo a toda prisa. ¿Mamá, qué haces? Intento abrir la puerta. ¿Y qué? Pues nada.

Cojo el móvil y busco tutoriales de cómo abrir una puerta atascada. Encuentro uno de un tipo que se quedó atrapado en el baño y explica cómo abrió la puerta utilizando hilo dental. En otro aconsejan probar con una tarjeta de crédito. Saco una tarjeta de la cartera, pero no cabe entre el marco y la cerradura. El tutorial explica que si nada funciona, queda el último recurso: la patada en la puerta. No una patada cualquiera, una patada firme, a la altura del picaporte. Me preparo: Martín, apártate. Cojo carrerilla y púm, sin resultado. Lo vuelvo a intentar. Pequeño Zar grita: ¡Eso no sirve de nada! Me hago daño en el tobillo. El reloj marca las 4.45. Ha llegado la hora de llamar a un cerrajero.

En Google me salen unos cuantos números de cerrajeros 24 horas. El primero me dice que costará 200 euros y no puedo pagar con tarjeta. Pero yo no tengo ese efectivo en casa. Pues vaya al cajero. ¿A las cuatro de la mañana? Paso al siguiente. Me dice que 175 más IVA. Que tardarán 40 minutos. Me siento a esperar. Pequeño Zar tiene ganas de hacer pis. Le digo que coja una de las cajas de plástico de sus juguetes, la vacíe y la use de orinal. ¿Pero cuál, la rosa o la amarilla? La amarilla. Llegan los cerrajeros. Mientras uno baja al coche a por herramientas, el otro se queda mirando mis libros. Cuántos libros, dice. Yo tengo muchos, pero no tantos. Ah, ¿y de qué son sus libros? De sociología y antropología, que es lo que estudié en Perú. En ese momento entra su compañero. Saca un plástico duro y lo cuela por el marco. Nada. Le pide a Pequeño Zar que empuje por su lado. ¡Chaval, apóyate contra la puerta y empuja, a la de 1, a la de 2 y a la de 3! Plas, la puerta se abre. Oh, tengo ganas de abrazarlos a todos. Son las seis de la mañana y ya no me vuelvo a dormir.
Lo más leído