Manu Brabo: "El miedo descontrolado es muy mal compañero"

El reportero gráfico que desarrolla su actividad profesional en zonas de conflicto acude este sábado a las jornadas organizadas por Focus en la Casa de las Carnicerías

J.R.
24/11/2018
 Actualizado a 17/09/2019
El fotoperiodista zaragozano criado en Gijón, Manu Brabo. | EFE
El fotoperiodista zaragozano criado en Gijón, Manu Brabo. | EFE
La Casa de las Carnicerías reúne este sábado a tres reputados profesionales de la fotografía en sus modalidades de fotoperiodismo, documental y de viajes. El zaragozano de nacimiento y gijonés de adopción, Manu Brabo, impartirá a partir de las 16:30 horas una charla que bajo el epígrafe ‘Fotografía y conflicto’ versará sobre su actividad como fotoperiodista en zonas de conflicto como Libia, Siria, Kosovo, etc. Ganador del Premio Pulitzer en la categoría ‘Breaking News Photography’ en el año 2013, Brabo comenta en esta entrevista aspectos de una profesión que no pasa por su mejor momento.

– En una de las entrevistas que le hicieron en octubre de este año me llamó la atención un comentario suyo a la pregunta de si su trabajo merecía realmente la pena, donde afirmaba que se sentía desencantado con algunas partes de la profesión y con algunas partes que había descubierto de sí mismo. Me gustaría que ahondara en este último punto. ¿Qué ha descubierto a lo largo de sus años como fotoperiodista que le ha hecho cambiar como persona y no para bien?
– Pues hay varias partes. Digamos que hay una parte profesional en la que descubres que tienes más tragaderas de las que pensabas y llega un momento en el que, por decirlo de alguna manera, si quieres seguir en el juego tienes que aceptar determinadas historias y si no lo mejor es apartarte. Como sigo jugando, se supone que he tenido que aceptar algunas cosas que cuando empiezas consideras que no existen. Cuando uno lleva diez o doce años en contacto reiterado con la violencia surgen reflexiones, surgen contradicciones, y digamos que uno, aunque no lo pretenda, sí que se vuelve quizás un poco más cínico. Como mero mecanismo de supervivencia.

– El miedo es libre. Todos hemos llegado a sentirlo reiteradas veces, y quien diga lo contrario miente. Pero, en su profesión, ¿cómo se gestiona esa sensación cuando la muerte está ahí al acecho?
– Primero, creo que también hay que desmitificar un poco esto. La guerra no son 24 horas al día y hay muchas zonas en las que uno puede estar, entre comillas, muchas comillas, más o menos seguro. Luego, sí que es cierto que yo creo que hay una especie de capacidad natural para gestionarlo. No todo el mundo reacciona de la misma manera ante los mismos estímulos y en realidad yo no hago nada especial, simplemente tengo la capacidad de gestionarlo mejor o peor en algunas ocasiones. Lo que siempre pienso es que el miedo descontrolado, el pánico, es muy mal compañero y te da más problemas de los que soluciona, tanto para mí como para los compañeros que están a mi lado en ese momento.

– ¿Le sorprendió la primera vez que acudió a informar en una zona de conflicto o de guerra si lo prefiere? Lo digo porque otro comentario que me llamó la atención decía que notó que encajaba bien en ese escenario.
– La verdad, es como cuando entras en una zapatería y te calzas unas botas que te van perfectas. No sé muy bien por qué, pero en aquel momento, que fue en Libia en 2011, me sorprendí manteniendo la calma, buscando un sitio donde cubrirme y echándole la bronca a un compañero para que se cubriera también. De repente me vi que era capaz a fotografiar y a estar ahí. La verdad es que me sorprendió. No es algo que obedezca a un ejercicio consciente, simplemente respirar dos veces, pensar qué es lo que más te conviene y tratar de ejecutarlo.

– ¿Cómo valora uno las fotografías que se hacen en esas circunstancias? Me imagino que no las ve igual el editor de la revista o el periódico que el lector o el propio fotógrafo, que es sabedor mejor que nadie de la historia que hay detrás de cada una de esas imágenes.
– No lo sé. Depende mucho de cada fotografía y de lo que esté buscando, pero lo que sí que entiendo es que el mensaje que yo quiero transmitir llegue de una manera sólida y directa. Tengo en cuenta que al final mucha de la gente que es objeto de mis fotografías pues está pasando por situaciones que son una puta mierda. Casi pienso más en la persona que estoy fotografiando que en la persona que va a leer la fotografía. Pienso que la nobleza de la persona a la que estoy fotografiando, aunque esté pasando una situación de mierda, sigue ahí intacta.

– Existe una cierta mítica en torno a la figura del reportero de guerra o del fotoperiodista, algo que se daba más en los setenta y que creo yo que se ha ido perdiendo con los cambios que se han dado en la profesión, con la irrupción de las nuevas tecnologías, entre otras cosas. ¿Qué diferencias hay en cómo se entendía la profesión hace cuarenta años y cómo se entiende y se hace en la actualidad?
– Hombre, hace cuarenta años no estaba, como para decirte cómo se hacía. Pero al margen de eso, sí que es cierto que nos ha tocado vivir una época en la que muchos de nosotros no tenemos grandes medios que nos apoyen, en la que nosotros digamos que casi somos unos aventureros estúpidos que se van financiando sus propias aventuras, por decirlo de alguna manera, y que luego tenemos que pelear con los medios para vender, para malvender muchas veces el trabajo y contamos en definitiva con mucho menos apoyo de las empresas que se dedican a esto que se llama periodismo. Siempre recordaré a un compañero, James Foley, cuando estábamos en Alepo y todos los días bombardeaban a las seis de la mañana. Mientras calentábamos un puto café de mierda me decía: el próximo que me diga algo bueno sobre esta profesión le pego una patada en los cojones. Para los que seguimos dedicándonos a este oficio, esto es impagable. Lo que opinen los demás creo que nos da lo mismo, si no supongo que hace tiempo estaríamos haciendo otro tipo de trabajo.

– ¿No ha tenido ninguna incidencia en lo que respecta a su estatus profesional la obtención del Pulitzer?
– Lo que más cambia con este tipo de premios es que tienes más responsabilidad. Un Pulitzer es algo que te dan un año pero que uno tiene que demostrar que se lo merece toda la vida. Esto te lo dan por unos valores, por una forma de trabajar, por una manera de entender el oficio y por una manera de comprometerte con él. Y fallar ahí implica fallar a todos esos principios que yo creo que son los que hacen bueno el periodismo. Profesionalmente, lo que se valora es que uno siga trabajando y dándole duro desde entonces, porque a mí la compañía con la que gané el Pulitzer y para la que gané el Pulitzer no me ha puesto un contrato encima de la mesa en la puta vida. Y son de esas cosas que dices, bueno ahora yo creo que va a pasar, pues no pasa. Es lo que hay. Pero, bueno, eso también me ha servido para reivindicarme en cada trabajo que hago y para seguir creciendo como fotoperiodista. Al final, el Pulitzer lo he ganado con 32 años y siempre pienso que esto me tenía que haber tocado igual a los 50, que entonces uno ya se puede relajar.

– Recientemente ha conocido otras zonas de conflicto más cotidianas pero no por ello menos dramáticas, como son las personas afectadas por cáncer de mama. ¿Cómo ha sido esa experiencia en principio tan alejada del oficio de reportero de guerra?
– Para mí ha sido uno de los trabajos más gratificantes que he hecho. Uno tiende a pensar que es cáncer y lo que te viene a la cabeza es KO en el segundo asalto y si no en el tercero. Y lo que te encuentras son personas con unas ganas de luchar de la hostia, con una positividad increíble y con una actitud casi arrogante por vivir. Como fotógrafo también para mí suponía un reto, al sacarme de mi hábitat natural. Lo principal es que ellas han quedado contentísimas, la Asociación Española contra el Cáncer también ha quedado muy satisfecha, así que yo contento.
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