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Mantener juntos la labor

20/05/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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En viajes al extranjero uno se encuentra con parroquias que tienen templo, un amplio edificio multiservicios, minibús, colonia de verano… Cuando mis compañeros de viaje se enteran de la fuente de todo ello, se hacen de cruces: ¡todo procede de forma directa de las donaciones de los fieles!

Cierto que son países en los que hace mucho tiempo el Estado se desligó totalmente de subvencionar a la Iglesia Católica. Hubo apreturas de primera hora, pero a la larga los efectos pedagógicos valieron la pena: el bautizado adquirió conciencia de que es él quien tiene que sostener a su Iglesia, a sus ministros (obispos, sacerdotes…) y a sus actividades. A ello se aprestaron con serenidad, con generosidad y hasta con gozo. «¡Esta es mi Iglesia!» pensaron, como quien dice «esta es mi madre».

Aquí, hasta la Constitución de 1978, las cosas fueron de otra forma. Un régimen político que identificaba, desde tiempos inmemoriales, Iglesia y Estado, apuntaba a que fuere mamá Administración quien atendiera a las necesidades de ‘Culto y Clero’ (la ‘paga’ de los curas). Era elGobierno el que cumplía lo de «pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios»; el ciudadano de a pie, a lo sumo, echaba escuálidos donativos en las colectas y en los cepillos, salvo cuando había alguna obra especial, que forzaba a aportaciones más gruesas.

Así salimos de ‘mal-educados’ en este campo. Seguimos sin ver las cosas de la Iglesia como propias. Se piensa que la Iglesia es rica y que de sus fondos (!) brota oro mágico con que dar buena vida a sus curas. Y uno puede quedar plenamente tranquilo con pensar que poner la X en la casilla de la Iglesia ya es más que suficiente.

Por este camino de la Asignación tributaria se pasa a la Iglesia el 0,7 % de la cuota íntegra que aportamos a Hacienda. Es un sistema. Discutible. Nada satisfactorio para quienes quieren un Estado totalmente separado de las instituciones religiosas. Pero que tampoco lo debe ser para el creyente comprometido. Quedar a gusto con esta aportación es estar lejos de la realidad del mundo de las cifras (de 1.000 € que tributo en Hacienda, le llegan a la Iglesia ¡siete!).O sirve para acallar la conciencia (¡es lo que se me pide!). O más grave: es carecer del sentido de pertenencia y de corresponsabilidad. Poner la X es algo. Pero muy poco para lo que se debiera. El católico habría de asumir, junto a otros, todos los gastos reales de personas, bienes y actividades de la Iglesia. Por algo un lema de esta campaña habla de «mantener juntos la labor de la Iglesia».
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