20/08/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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En el juego de los bolos leoneses, para empezar, hay que «poner mano». Uno de los dos contendientes (persona o equipo) decide la distancia desde la que se lanzarán las bolas «cachas» (no redondas) hacia el «castro» de los bolos (nueve, más el miche). Si al finalizar una partida y comenzar otra, se pretende no mover «la mano» se dice: Mano quieta. Al otro equipo le toca «poner miche» que es colocar el bolo pequeño a un lado u otro, a una distancia u otra, en función de la dificultad que se desee imprimir al lance del «ahorcado» el más valioso del juego, pues es este bolo el que, según por donde pase la bola, aumentará el valor de cada tirada individual del jugador.

Poner mano. Poner miche. Ya tenemos la bolera dispuestos para empezar. Los espectadores, generalmente masculinos, observan. «La tarde cayendo está». Las bolas, amontonadas en el punto de la mano, aguardan las manos del tirador. La calidez del ambiente. Las voces del personal, sobre todo del infantil, que corretea, sin comprender lo que sucede. Algún lejano altavoz. El apenas perceptible murmullo del Porma, entre los chopos. El campamento de Puenteviejo. Las caravanas. La música, la piscina, el bar. Es el Soto de Boñar.

Comentábamos con Avelino Fierro el significado de «El Ejido» el barrio leonés de Ana Alonso, que veía jugar a los bolos allí, en la entonces plaza rural cruzada por el riachuelo que era canal de riego a desembocar en Puente Castro, a la que bajaban de la ciudad las gentes a merendar. Incluso el beneficiado aquel de la catedral al que llamaban el cura guapo, siempre con algún niño a sus faldas pidiéndole una propina para comprarse un ‘Butano’ o un ‘Kas’. Lo que no sabía la niña Ana Alonso, la de la granja del Sr. Nicolás, es que en el Quijote de Cervantes se cita el castizo lance de ‘Birlar’ exclusivamente leonés, lance que casi ha desaparecido ya y que, junto con los de ahorcar, ‘cincarse’, ‘ir al siete’, y algunos más, conforman el apasionante mundo del bolo leonés.

Mano quieta. Miche quieto. Viejos contra jóvenes; la mano la ponen los jóvenes, larga, pues, para que los viejos «no lleguen» al castro. Miche pegado a los bolos, bueno para la vejez. Mañas, que no trampas, recursos al servicio de los jugadores en la tarde apacible del Soto de Boñar. Llegados de todas partes de la geografía española se entretienen y rememoran el ayer. Pero el tema de conversación es, inapelablemente, el tema del separatismos catalán. «La mano, quieta» propone un jugador. Y el miche; también. El verano es sólo leonés.
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