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Mañanita de niebla

16/12/2020
 Actualizado a 16/12/2020
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Mañanita de niebla. En ti me quedo. En el balcón, hecho de un tejido de hilos grises y verdes y un desgarrón rojo de rosas. Ni las heladas pueden con ellas. Tengo que sorprender un día al jardinero y sobornarle su nombre o arrancárselo. No veo segura la tarde de paseo. También el refranero tiene sus aciagos días.

Se habla de la liberalización de las vías de tren –qué oxímoron desapercibido, no conozco destino más férreo que el de la vía del ferrocarril, apresada su libertad entre traviesas, enterrado su albedrío en gruesa grava–, pero el cuerno más madrugador que avisó de la hecatombe que se nos venía encima sonó cuando la predicción del tiempo dejó de ser monopolio de un hombre serio en el telediario de la Primera cadena. Ese día, el día 0 podríamos llamar, se introdujo en el mundo el virus letal del relativismo.

De aquellos polvos, nos embarramos hoy en los lodos de las noticias fake y de las postverdades. Consultando las distintas páginas predictor de precipitaciones y temperaturas, salvo en días tercos y rotundos, se podría afirmar que podría llover a gusto de todos o, también, viceversa, tal es la variedad de sus pronósticos. Pensando en esas páginas proféticas, uno descubre la dimensión de la influencia que el físico Schrödinger tiene en nuestra sociedad y que ha tomado por modelo a su gato, que podía estar vivo o muerto sin saberlo, ya que puede llover y no llover a un tiempo. A veces, incluso, desafían in situ la propia realidad, como esta mañana en la que la pantalla me informaba de que dejaría de llover en 16 minutos, aunque ni una gota del cielo se había resbalado. Como buen Cabo Gutiérrez, no protesté por no enmendar la plana a los de Madrid.

Fue en ‘Amanece que no es poco’, donde aprendí que hay lectores que estropean libros al leerlos. Debió de ser uno muy mal encarado el que leyó al filósofo, puesto que desvirtuó la medida de las cosas de Protágoras, entendiendo que era ésta la medida que diera cada uno. Desde entonces, cada loco con su metro. Que ni siquiera sabemos cuántos son nuestros muertos.

En realidad, hasta que tuve un hijo, nunca me importó Montesdeoca. Ahora, sin embargo, preciso saber antes de salir de casa si va a llover, para ponerle o no las botas de saltar los charcos. Y así transcurre nuestra vida, entre incertidumbres y nieblas y no llevando siempre el calzado apropiado.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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