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Mamadou, un joven africano más

02/06/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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No parece que existan reportajes, en la prensa francesa, o de otros países, sobre la vida de Mamadou Gassama, el joven de 22 años, maliense, que el pasado día 26 evitó la caída al vacío de un niño de cuatro años, desde la terraza de un cuarto piso, sito en el Distrito XVIII de París. Se ha divulgado el vídeo, en el que contemplamos cómo en unos 30 segundos escala las diversas terrazas y, apenas abordada la barandilla final, rescata en un suspiro al niño, que está con su cuerpecillo casi vencido en la parte anterior del parapeto acristalado y con una mano prieta por el vecino del piso colindante; al tiempo, se escuchan los gritos de gente alarmada. También se han prodigado, en mayor medida en las redes sociales, dos viñetas del caricaturista holandés Tjeerd Royaards, en las que plantea cómo los parabienes a Mamadou de los europeos se pueden convertir en odio, si , para igual propósito, en vez de escalar en un inmueble lo hiciese en una valla, con altos espinos, anclada en una frontera.

Otros datos sobre el joven maliense, al que la prensa alude con un epíteto arácnido, el genuino Spiderman, se refieren a la familia del menor, una madre no residente en París, y un padre que ha salido a comprar y se ha entretenido con Pokémon Go; acción esta tan irresponsable, la de dejar solo al pequeño, que le puede deparar dos años de cárcel. Uno puede apreciar cómo el tratamiento informativo en Francia mantiene reserva sobre la identidad del padre imputado y, por supuesto, del niño; en España hubiera sido este acontecimiento un tentador ‘carrete’ para culebrones televisivos. Otro aspecto que ha merecido atención ha sido el institucional: las amables palabras de la alcaldesa, Anne Hidalgo, a través del teléfono, y la invitación, al Elíseo, por parte del presidente de la República, Emmanuel Macron, el lunes 28.

La foto, la más difundida, por las agencias internacionales, de la recepción que Macron otorga a Mamadou, presenta curiosos contrastes: unas paredes cubiertas de tapizados floreados, enmarcados con jambas de pan de oro, al gusto, repuesto, de la emperatriz Eugenia de Montijo; y dos nobles sillas, a tono con la aparente calidez solar del salón. Viste Macron traje y corbata, de color azul, tan presente en Francia y su bandera, y aún parece conservar la candidez de aquel adolescente ‘rubiales’ que se enamoró de su profesora de teatro. Mamadou, en esta atmósfera presidencial de suaves colores y pan de oro, es un personaje, de tan natural, exótico: el color negro, bronceado, de su cuerpo, que domina en el ambiente, apreciado en unas facciones contundentes, talladas, y en unos brazos musculosos; una camisa de manga corta, blanca jaspeada, y pantalones vaqueros. No sonríe, como Macron, al comunicarle que será un francés más, y bombero, como deseaba; no sonríe pues para él tal bondad es un gesto ajeno, hurtado por la peripecia de su vida. Indudablemente, son dos mundos de la Francia de hoy (y de otros países europeos): el refinado y el aborigen, de un nativo y de un africano.

En esta indagación sobre Mamadou poco más he podido hallar, a no ser cómo fue su odisea de nuevo inmigrante y sus parcas palabras, difundidas por algunas cadenas, como la CNN, sobre lo que para él, familiarizado con domeñar la naturaleza, no es una gesta, pero sí una muestra de su cultura ancestral : «Me gustan los niños, no me hubiera perdonado el verlo herido frente a mí. Corrí para salvarlo, y gracias a Dios escalé por la fachada del edificio hasta la terraza. Cuanto más subía, más era mi coraje por subir más alto». De su odisea, se sabe que desde Mali pasó por Nigeria, Burkina Faso y Libia, y allí tomó un barco en el que cruzó el Mediterráneo para llegar a Francia: «Fue difícil, éramos muchos», ha manifestado. Por el periodista y escritor marfileño, André Silver Konan, que dedica un artículo al acontecimiento, para contrastar lo que entiende como dos caras de África, la de sus pobladores y la de sus corruptos gobernantes, he podido saber que el maliense Mamadou nació en Yanguine, pueblo de la región de Kayes. En Mali, antigua colonia francesa, en la presente década la violencia étnica ha supuesto gran sufrimiento para parte de la población; con especial repercusión en los niños, que padecieron secuestros, las niñas violaciones, y ejecuciones de familiares. El 42 por ciento de ellos ha de abandonar la escuela en la adolescencia para ayudar a la economía familiar, con duros trabajos, como el de las minas de oro.

¿Qué ha interesado de este ‘héroe de Francia’?, ¿conocer el discurrir de su vida?; sería una ocasión de oro para acercarnos al devenir de un hombre, de su casa, pueblo y familia; de una sociedad, en una nación, como tantas africanas, de las que tanto ignoramos. La conclusión que nos deja Silver Konan es ejemplarizante: «En África este tipo de actitud ante nuestros semejantes, como la de Mamadou, se cuenta por miles al día; es incluso un epifenómeno en nuestra sociedad africana». Bochorno y vergüenza, el lacerante hecho de que junto al bombo y platillo del rescate del chavalillo, a punto de precipitarse al suelo en una calle de París, el decurso vital de este joven maliense, nada importe, cuando el suyo, que sería aleccionador, no es el de un héroe, sino el de un africano más.
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