17/05/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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Cierto día fue a verme un amigo de Vegas, muy temprano, a la Abacería. No era su momento, desde luego, porque Carlos siempre vivió a partir de la hora del ángelus. Le pregunté si quería tomar algo, (un orujo, por supuesto), y me dijo que no, que tenía una cosa que hacer. «¿A que hora está Javi en la Diputación?» –me inquirió– y yo le respondí que ya estaría. «Vengo después. Hasta luego». Todo lo que sucedió luego no me lo contó Carlos, sino el propio Javier García Prieto, a la sazón presidente de la Diputación provincial en aquella época; tal vez Javi no haya sido el mejor político de este pueblo, pero sí, sin duda, el más cercano y asequible y, por supuesto, la mejor persona. «Estaba en el despacho hablando por teléfono y oigo voces en la antesala. Cuando acabé, me acerqué para ver quien era y me encuentro con Canuto. Entró conmigo, encendimos un cigarro y empezó a contarme que la cosa estaba muy mala, que ya tenía más años que la gripe y que no estaría mal un trabajo fijo y esperar a jubilarse. ¿Tienes algo para mí, Javi? Estuve pensando un rato y, para salir del paso, le dije: «Carlos, tío, ni tú ni yo estamos para trabajar».

Carlos no vivía para trabajar; es más, ni trabajaba para vivir. Carlos fue un hedonista y como sus necesidades se cernían a comprar cigarrillos y poco más, vivió como quiso, hizo lo que quiso y sableó a todos los amigos y conocidos que tenía, que eran legión. Además, burlaba como un profesional de los casinos de Las Vegas y ganaba la mayoría de las veces. El póquer y el julepe le daban para tomar uno, dos o los vinos que le apetecían. Carlos siempre fue un tipo simpático y divertido, pronto al chiste y al chascarrillo y a jugar, y ahí sí, a perder, a los bolos detrás del casino de Vegas.

No sé por qué pensé en Carlos la semana pasada, cuando lleva, el pobre, varios años criando malvas en la Costana. Seguramente fue porque el sábado celebramos a las vírgenes de Villafrías, otro año más. Carlos aparecía tarde, después de acabar la procesión y se arrimaba, después de saludar a todo Dios y de dar explicaciones de cómo estaban Sara y Julio, sus santos padres, a la barra del bar que con tal fin se pone siempre enfrente de la ermita. Bebía los vinos correspondientes y comía las alubias, (siempre de las de Vegas, por supuesto), con deleite y satisfacción, poniendo algún pero que otro, no en balde él siempre fue un cocinillas consumado. Después, al terminar, bajaba con alguno en el coche y se acercaba al bar de Miguel a jugar la partida.

Carlos llevó una buena vida. Como muchos otros de mi pueblo fue un incomprendido, mayormente porque lo de escaquearse de trabajar, en esta sociedad, no está muy bien visto. ¿Para qué trabajamos, me pregunto yo lleno de inocencia? ¿No es, al fin, un estigma que nos impuso el Creador por desobedecer sus órdenes? Los castigos, cualquier castigo, son malos, por lo que un servidor, después de devanarse los sesos durante los últimos cincuenta años, llegó a la conclusión que el trabajo es algo anti-natural, metido por Dios con calzador en su idea del mundo perfecto. ¡Cuánto daría uno por haber podido vivir en la época de Adán y de Eva, para poder andar desnudo por el paraíso y comer, beber, dormir y fornicar sin ninguna preocupación! El mundo, entonces, tendría sentido, algo que, por desgracia, ahora no tiene.

Hablando de Villasfrías... Vi y saludé a mi amigo Eleazar Vicente Villa Carcedo, de profesión libre-pensador. Como siempre, me alegré mucho al verlo. Eleazar es otra alma libre que circula por el mundo procurando no molestar a nadie y que nadie lo moleste a él. Acaba de publicar un libro de poemas con el que me venía amenazando desde hace muchos años. Lo leí muy fácilmente y rápidamente, porque es pequeño, y como esperaba, me gustó. Es cierto que le sobran varias poesías (se conoce rápido que son de relleno), pero la mayoría de ellas son muy buenas. Y lo son porque están escritas con el corazón, órgano que Eleazar tiene bastante desarrollado. Este libro me sigue demostrando lo equivocadas que están las vacas sagradas de las letras leonesas. Una de ellas, seguramente la más señera de todas, un día me dijo que todo se debería escribir con la cabeza y no con la patata, «como haces tú siempre». De leer este libro, pensaría sin duda que es un muermo y que el autor, Eleazar, está errado. Uno, por desgracia, sigue pensando que es al revés, pero sé que tengo todas las de perder en una discusión sobre literatura.

Este de hoy, por supuesto, es un homenaje a los que no se han dejado engañar con la monserga, tantas veces repetida, de que el trabajo es la cosa más satisfactoria y digna que hacemos los hombres en la vida. Salud, anarquía y, como acaeció en las Villasfrías, mil mahou cada día.
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