Maldita hemeroteca

Por Sofía Morán de Paz

Sofía Morán de Paz
20/01/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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¿Recuerdan el éxito de aquellos programas de los 90 llamados ‘talk-shows’? Todas las cadenas nacionales, y la mayoría de las autonómicas, tuvieron el suyo, porque a pesar de que la fórmula no podía ser más sencilla, el formato gozó siempre de una popularidad insólita. Emitidos en horario de tarde y con un plató que no necesitaba más que una larga fila de sillas vacías que se llenaban poco a poco con personas anónimas dispuestas a contar su historia.

‘Hablando se entiende la basca’, presentado por un jovencísimo Jesús Vázquez, fue uno de los primeros; siempre acompañado de su característico tono festivo y juvenil. Otros, como ‘El diario de Patricia’ (que se mantuvo más de 10 años en antena), alternaba drama y jolgorio en función de la temática elegida para esa tarde.

El 4 de diciembre de 1997, Ana Orantes era entrevistada en el programa ‘De tarde en tarde’, emitido por Canal Sur y conducido por Irma Soriano. Ana, de Granada, tenía entonces 60 años, y con la naturalidad que te da lo cotidiano, relató, con pelos y señales, los años de maltrato que había soportado en su matrimonio con José Parejo, su marido desde los 19. «Me daba una paliza y otro día me decía ‘Anitilla, perdóname, ya no va a pasar más, ya no te voy a pegar porque esto no es vida’. Yo le creía, le creía porque tenía 11 hijos y no tenía donde irme, porque yo no me podía ir con mis padres ni con nadie, yo tenía que aguantarlo, aguantar que me diera paliza sobre paliza».

A Irma Soriano le costaba hasta tragar mientras escuchaba los detalles más salvajes del testimonio de Ana, quien sin embargo se mantenía serena y digna frente a las cámaras. Tampoco es que aquello fuera ya ningún secreto. Vivía en un pueblo pequeño, y 40 años de maltrato no pasan desapercibidos. En ese momento, Ana y José ya estaban separados, sin embargo, una sentencia judicial les obligaba a compartir la casa familiar, que habían dividido en dos viviendas.

Trece días después de su valiente charla con Soriano, su ya ex marido ‘la pilló’ en el patio que compartían, y tras una de sus palizas, la ató a una silla, la roció con gasolina y la quemó viva.

Hasta ese 17 de diciembre de 1997, 58 mujeres habían sido asesinadas en lo que iba de año por sus parejas (o ex parejas). Una realidad escandalosa que no escandalizaba a nadie. No había lazos, ni minutos de silencio; tampoco duras palabras de repulsa en los telediarios, ni manifestaciones multitudinarias. Lo llamaban violencia doméstica, de convivencia, esa de ‘puertas para adentro’ donde nadie debía meterse. Los medios de comunicación los definían como crímenes pasionales, locuras transitorias o terribles ataques de celos. Todo muy literario.

Pero la muerte de Ana Orantes fue un punto de inflexión. Su caso abofeteó con fuerza la cara de esta sociedad adormecida dispuesta a tragar con todo.Según Miguel Lorente, exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género (2008-2011) y profesor de Medicina Legal en la Universidad de Granada «supuso pasar de lo que se consideraba como un hecho aislado de la España negra y profunda a convertirlo en un problema social».

La reacción a su caso fue histórica. Los medios de comunicación iniciaron su propio recuento de víctimas, y la sociedad empezó a demandar cambios. Llegó la reforma penal de 1999 (donde, entre otras cosas, se incluyó el maltrato psicológico y las órdenes de alejamiento), y posteriormente la Ley Integral Contra la Violencia de Género en 2004, sí, esa, justo esa de la que todo el mundo habla en las últimas semanas.

Aunque la idea resulta casi delirante, parece que hay quien echa de menos el pasado; ese vergonzoso pasado. No hay nada novedoso ni extraordinario en lo que proponen «los recién llegados», lo cierto es que ese camino ya lo hemos recorrido, ¿de verdad no se acuerdan? Revisen la jodida hemeroteca.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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