santiago-trancon-webb.jpg

Mal año tengáis, malditos

08/01/2020
 Actualizado a 08/01/2020
Guardar
¡Vaya unas Navidades que nos ha dado el PS, el Partido Sanchista! (el PSOE ha desaparecido, dejemos de llamarle lo que no es). Frente a tantos buenos deseos para el nuevo año, confieso que lo he intentado y nada, no me sale nada políticamente correcto. Caigo en la invocación del mal, la imprecación, el anatema, el jérem judío. Que sólo me salen de la boca exabruptos, oiga. ¿Qué me pasa?

Quiero analizarme. ¿Cómo es posible que me domine un impulso tan irracional, hasta el punto depedirle a las palabras un efecto mágico, un poder taumatúrgico? Porque a los urdidores y sostenedores del actual gobierno, a toda la andrajosa caterva de criptofascistas nacionalistas y sus adláteres, a todos y cada uno les deseo un mal año, que nada de lo que han tramado y bramado para destruir nuestra democracia, que nada les salga bien, que fracasen, que el 2020 sea para ellos y sus seguidores un «annus horribilis».

Hablo sólo de política, pero es que la política, llegado a este punto de exacerbación navideña, ha empezado a rebasar sus límites y lo que ahora empieza, este rotundo 2020, es ya otra cosa, algo que poco tiene que ver con la racionalidad y el control de los impulsos (que es lo que nos hace ciudadanos y demócratas) y sí con el efecto incontrolado de los incendios australianos o las tormentas monzónicas del Mediterráneo.

Quiero pensar, para mi descargo, que este brote psicótico que estoy padeciendo, es una consecuencia del descontrol de la naturaleza, del cambio climático, del maldito CO2 que me está carcomiendo las neuronas. Necesito urgentemente una explicación científica, algún clavo ardiendo al que agarrarme y con el que quemarme, no sólo las manos, sino la lengua. Porque lo que me sale de la boca no es más que ponzoña, sapos y culebras venenosas y malos deseos para todos los que han convertido el Congreso en una cueva de reptiles y babosas.

En esta duda estaba cuando me asomé a los medios. Encontré una carta manuscrita de José María Múgica (no la busques en El País o los medios de Cataluña) que acaba así: «Que pretenda usted alcanzar la investidura con la ayuda del fascismo, que nos asesinó en el País Vasco, me produce una náusea infinita y un profundo desprecio».

Habla quien presenció cómo a su padre ETA le daba un tiro en la nuca. Alguien cuya familia judía murió en Auswichtz. Un facha, sin duda, para Sánchez y su camarillla (la SS, la Secta Sanchista).

También, para mi consuelo, leí el mensaje de otro exsocialista amigo, Enrique Calvet: «Nunca imaginé, ni en mis peores vaticinios certeros, que llegaría a ver a afiliados del PSOE, mi PSOE hasta 2005, aplaudir en Cortes a los filoasesinos de Múgica, Pagaza, Buesa, Jauregui, Lluch... Caiga sobre ellos la peor vergüenza y mi maldición». Pues sí, malditos sean.

Pero lo peor es cómo Sánchez ha justificado su abyecto proyecto cainita en nombre del diálogo: «La ley por sí sola no basta», ha proclamado con necia pomposidad, copiando literalmente a Torra.

Oponer la ley a la política, situar la política por encima de la ley, es tratar de justificar el incumplimiento de la ley, degradándola.

Lo que se busca es la impunidad, el someter la ley a las conveniencias, cambalaches e intereses de los independentistas, de quienes depende Pedro Sánchez.

Por eso se recurre al eufemismo de un inexistente «ordenamiento jurídico-político», no a la Constitución y las leyes que de ellas se derivan. El poder jurídico no está supeditado al poder político; cada uno tiene su ámbito de actuación, y nada ni nadie está por encima de la ley, y menos la política y los políticos.

Y por último, maldito sea ese arribista de ‘Teruel existe’. Nadie habrá hecho a Teruel y a España más daño en menos tiempo. Porque su poder, decisivo en esta hora de perjuros, se basa en haber obtenido ¡19.696 votos! (menos que los de mi barrio de León) frente a los 24 millones 365.851 emitidos. Exactamente, el 0,08% del 69,87% de votantes, ni siquiera del censo.

Pero seamos justos: malditos sean también todos los que han hecho posible esta aberración democrática, la misma que permite investir a un presidente con menos de la mitad de los diputados, siendo a su vez la mitad de éstos, enemigos del orden constitucional que les permite tener un asiento en el Congreso.

La peor tiranía es la que se cubre de democracia.
Lo más leído