14/05/2023
 Actualizado a 14/05/2023
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«Levántate maio, bastante dormiche,/ pasou un burro e non o sentiche».

Hay tradicionalistas que se encierran en el pasado como el que se mete en una cueva porque le molesta que llueva. Y también que haga sol, y que nieve, esté nublado o haya bruma o tormenta. Un refugio en el que todo está tranquilo y es como queramos que sea. Hay también iconoclastas que mandan a la trituradora cualquier cosa previa a antes de ayer, que no perdonan ni la más pequeña mancha de óxido o el mínimo rastro de desgaste. Qué coñazo todo, virgen santísima.

«Entra mayo con sus flores,/ sale abril con sus amores».

Sin caer en ninguno de los polos, hay celebraciones que nos llevan hasta un tiempo antiguo; ‘atávico’, como se diría en la ciudad. Está a rapa das bestas con sus coces y sus mordiscos equinos a los jóvenes que intentan dominar a la bestia. Estaban también las corridas de toros, hoy ya estilizadas, industrializadas y tristemente politizadas. Vuelven a estar los antroidos o antruejos, unos carnavales que todavía saben a carnaval en la época de los disfraces por Amazon. Y están los maios de Villafranca del Bierzo: una fiesta tan hermosa y emocionante que cualquier descripción en palabras resulta injusta y triste.

«Este maio, señora é,/ este maio andaba de pé».

El desarrollo del festejo es sencillo. La mañana del primer día de mayo los mozos de cada uno de los barrios bajan a los prados, los del Campo de la gallina o los que toquen, a cortar cañas y plantas para ‘vestir’ con ellas a niños y mozos. Ambos acaban convertidos en unas plantas andantes, decoradas con flores, que sólo pueden moverse de las rodillas para abajo. De ahí que, para descansar, tengan que ser tumbados por otras personas, quienes los vuelven a levantar para que procesionen por las calles de la antigua capital berciana mientras los gaiteiros tocan y la gente les acompaña cantando unos versos repetidos una y otra vez. Desde los balcones, los vecinos les tiran caramelos, a veces hasta algún billete que se recoge para sufragar una comida posterior, en incluso una cesta con chucherías, bajada con cuerda entre alborozo. Antaño se tiraban castañas, las sobrevivientes del otoño pasado, ya duras, que se dejaban en la boca –como un caramelo, precisamente– para que se ablandasen.

«Tire castañas señora María,/ tire castañas que as ten na cociña».

Ver levantar los maios tiene esa magia que te devuelve la sensibilidad a zonas del cerebro embotadas de tanto estímulo. Cantar las canciones mientras bailan y dan saltos te deja suave, suave. Como nuevo para volver a pelearte con la tecnología y sus tretas deshumanizadoras.
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